En los tiempos que corren, la puntualidad no suele ser el punto fuerte de muchos espíritus. Lo de llegar a destiempo por demora suele ser consecuencia de querer pero no poder, siendo en este caso el socorrido tráfico urbano el paradigma del obstáculo; o de poder pero no querer, como ocurre cuando el que ha de llegar traza un interesado plan estratégico contra el que espera y se desespera. Sin embargo, hay retrasos que nada tienen que ver con la voluntad sino con el conocimiento. Y ahí es donde desempeña su impertinente tarea el despiste. La memoria, con el olvido de por medio, nos juega a veces malas pasadas. Y uno no es que llegue tarde a la cita, queriendo o sin querer, es que se ha olvidado de ella.
El hombre de la hora presente se ha olvidado de una cita importante. De tanto exaltarse a sí mismo a costa de Dios, ha quitado a Dios de su puesto, pero con ello él también ha perdido el suyo. Sabiéndolo todo, pero no comprendiendo nada, se siente angustiado por esa espantosa soledad espiritual en la que vive, recluido en un clamoroso agnosticismo, tropieza con misterios en su propio interior aturdiéndose y acongojándose al encararse con ellos. Es el drama del hombre moderno, que como dijera Pablo VI, ha salido de casa y ha perdido la llave para volver. Fascinado ante el imperio técnico-científico, se comporta inconscientemente disponiendo de forma egoísta y sin límite alguno de todo lo existente. En su frenética carrera lanzada hacia conquistas materiales, confunde su deseo con la libertad y satura su hastiada existencia de tantas posibilidades como de peligros, de tanto progreso como desbarajuste, quedando expuesto a no saber discernir entre el bien y el mal, secuestrado en el zulo del relativismo.
Incapaz de construir sobre lo que existe, el hombre de hoy se afana alegre y confiadamente por desmantelar los cimientos del pasado, ignorante de que con ello acelera la pérdida del contacto interpersonal dentro de sus espacios naturales. La consecuencia es la disolución de la familia, la debilitación del matrimonio y el decaimiento de la relación entre padres e hijos. Ambitos en donde el individuo echa raíces y se fortalece siendo capaz de resistencia. Es lo que Romano Guardini denomina la “pulverización de la Humanidad”. La “sociedad líquida” de Zygmunt Bauman, la sociedad que se deshace.
El hombre moderno está cada vez más aislado. Innumerables individuos forman una masa pero están solitarios, sin conexión viviente entre sí, ayunos de contactos dejándose manejar fácilmente e incapaces de oponerse a las tendencias totalitarias. Así va emergiendo la personalidad totalitaria, a la que describe Hannah Arendt: “el ser humano completamente aislado que, sin otros lazos sociales con la familia, los amigos, los camaradas o los simples conocidos, deriva su sensación de ocupar un lugar en el mundo únicamente a partir de su pertenencia a un movimiento, de su afiliación a un partido”. Y el hombre de hoy sin llegar, ni siquiera con retraso, a su cita.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 17 de abril de 2023 https://www.elimparcial.es/noticia/253050/opinion/despistados-y-aislados.html
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