De familia consular de Huesca, fue el primero de los siete diáconos de San Valero, obispo de Zaragoza. Vicente, cuyo nombre en latín, significa vencedor, fue conducido a Valencia durante las persecuciones, junto a su obispo. Como él se negó a entregar los libros sagrados bajo su custodia a los hombres del emperador fue martirizado con garfios de hierro situándolo sobre unas parrillas al rojo vivo. Pero ni así, quebrantaron su fortaleza espiritual. Sería encarcelado en una negra y horrible mazmorra en la que moriría a causa de sus heridas. Pero su ejemplo convirtió al mismísimo carcelero.
Su culto se propaga rápidamente por los confines del Imperio. En Africa, su mejor embajador es San Agustín. Es elogiado por San Ambrosio y San Isidoro. Sus reliquias se reparten en Lisboa, París y Castres. Roma le dedica tres iglesias. La fama del intrépido aragonés hace de su nombre una de las cumbres del martirologio. Indiferente a la muerte, incluso, la más atroz, a San Vicente solo le importó la verdad de Cristo y la fidelidad a Cristo.
Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.
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