Nacido en las lejanas tierras de Panonia, la actual Hungría, Martín fue monje en Palestina, viajó a Roma, luego visitó la Galia y el sepulcro de su paisano, el otro Martín de Tours; allí conoció a San Gregorio, y, por fin, atravesando los «anchos mares», según sus propias palabras, fue al reino de los suevos, en Galicia, donde consiguió la conversión del rey Teodomiro, que era arriano.
En el año 550 funda el monasterio de Dumio, cerca de Braga; en el 570 es arzobispo de dicha ciudad portuguesa, y tras asentar el catolicismo en el ángulo noroccidental de la península, muere allí dejando un imborrable recuerdo de hombre piadoso y sabio, (conocía bien el griego y el latín).
Este apóstol de los suevos, fue un hombre múltiple: monje, viajero, moralista, poeta que componía hexámetros virgilianos, y católico preocupado por la evangelización. Escribió un curioso tratado De correctione rusticorum sobre las supersticiones de los campesinos idólatras a los que logró convertir. «Restauré la religión y las cosas sagradas», dijo San Martín en su epitafio. Con eso basta para ascender a la Santidad.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.
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