Miguel Argemir, hijo de un notario, nació en Vic, «la ciudad de los santos», la más levítica de las ciudades catalanas. Fue educado en un ambiente de gran piedad, lo cual influyó en que siendo aún niño hiciese voto de virginidad perpetua. Los psicólogos modernos y la gran mayoría de los curas de hoy pondrían graves reparos a una decisión como ésta. ¿Qué sabe un niño de corta edad, cómo puede comprometerse para toda la vida? Una cosa así, ¿no puede representar un trauma incurable? Miguel no parece un hombre traumatizado, pero sí alguien que tiene mucha prisa, como si previera que tiene poco tiempo por delante.
Su primera vocación es la de ser eremita solitario en Montseny, pero aquello no puede ser, es aún un chiquillo, los conventos de Vic también lo rechazan, hay que esperar a que crezca y madure, él no quiere esperar, sabe muy bien adonde va, y a los doce años consigue que le admitan en los trinitarios calzados de Barcelona. No le gusta la orden por demasiado blanda, y en 1608 hace profesión con diecisiete años en los trinitarios descalzos de Oteiza, en Navarra. Luego estudiará en Alcalá de Henares, Baeza y Salamanca, y siendo aún un simple colegial maravillará con los prodigios de sus éxtasis públicos que le levantan del suelo y le mantienen suspendido en el aire.
En 1622 se le nombra superior del convento de Valladolid y allí muere en olor de santidad a los treinta y tres años. San Miguel de los Santos, hombre de gobierno, escritor místico, predicador, fue canonizado en 1862 y es patrono de su ciudad natal.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.