Francisco es «el varón que tiene corazón de lis, alma de querube, lengua celestial…», diríase que es el santo más para todo el mundo. Ateos, agnósticos, herejes, anticlericales, todos sienten una ternura especial por el Poverello, y de esta manera quizá se abarata un poco su santidad, hecha sentimentalismo laico, como de hippy a lo divino. Quede claro que no era un bohemio caprichoso, como hijo de mercader sabía muy bien lo que costaba el dinero, pero también que el camino hacia Dios pasa por la renuncia, por lo que suele llamarse pobreza.
Mientras tengamos cosas, éstas nos alejan de Dios, y una vez libres de las cosas y de su deseo, sólo queda darse, y eso es lo que significa la Pobreza. Lo que todos queremos rehuir: prescindiendo cómodamente de lo exterior y de lo superfluo, hasta que desnudos de todo, se acaba dando el último reducto, se da uno mismo, lo que se es.
Nadie glorificó como San Francisco de Asís la Creación, el hermano mundo. Desprendido de todo y amante finísimo de todo, del agua, del fuego, de la tierra, del aire, del hermano lobo, de la hermana ceniza, que es casta, decía, hasta de unos pasteles de almendra que le preparaba cariñosamente una devota. El mundo visto a través de Dios es fraterno y hermoso. Es el arte de la posesión en Dios, el arte de poseer la tierra con esa extraña lógica de los santos que es su tener y no tener; no teniendo nada, no deseando nada, se posee de verdad todo y se es libre para señorear alegremente el universo.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.