Con tanto fútbol y tantas trincheras políticas a base de líneas rojas, la profesión de juez de línea está sobredimensionada en España. Los jueces, junto con los periodistas, representan el termómetro de las democracias, que funcionan si aquéllos son libres e independientes. En su adolescencia, el barón de Montesquieu, que ejerció como magistrado, se debatió entre seguir los estudios de medicina o de leyes. Se inclinó por el estudio del Derecho cuando reparó en que el error de un médico podría provocar la muerte del paciente, mientras que el de un juez creaba jurisprudencia. No quiso correr riesgos. Por estar más expuestos al graderío y al vocerío, los jueces de línea balompédicos, llamados simplemente asistentes, liniers o líneas (el orsay lo ha señalizado el línea, vocean los contertulios radiofónicos del balón), arriesgan mucho más que sus superiores jerárquicos, conocidos, en cambio, por sus dos apellidos: Ortiz de Mendíbil, Andújar Oliver o del Cerro Grande. No por ello, el asistente deja de enmendar la plana al árbitro (¡penalti y expulsión! ¡No me jodas, Rafa!).
El empedrado político español presenta un exceso de líneas rojas. Con tanta linde, la ciudadanía ya no sabe por dónde pisar. Es como una concentración parcelaria que en vez de basarse en la ley (De la ley a la ley), se supedita al instinto de supervivencia del delineante. El Comité federal del PSOE ha trazado líneas rojas a Sánchez; Ciudadanos a Rajoy; Rajoy a Rivera; el PP a Soria; De Guindos a Rato; los independentistas catalanes de izquierdas a los independentistas catalanes de derecha; Errejón a Iglesias; Iglesias a Errejón; González a Rajoy, Sánchez y Rivera; y hasta la FIFA, al Madrí y al Aleti en política de fichajes. ¡Qué valioso fichaje el de Sánchez como portero de discoteca para decir con su habitual empaque y sin fisuras “no” a la entrada del local! Cada línea roja requiere de su mantenimiento (una segunda mano de pintura), que es a la vez una ratificación (me ratifico en lo ya dicho, es la coletilla del portavoz), y precisa del correspondiente juez de línea que dictamine si se ha rebasado para aplicar la amonestación. No es lo mismo cruzar la línea que tirar la línea. Había un político al que apodaban tiralíneas por su sorprendente capacidad de alinearse con cualquiera.
Sobre el pavimento de la ciudad de Berlín los soviéticos pintaron en 1948 una línea divisoria para delimitar su sector y el de los aliados. En 1961 en lugar de dar una segunda mano de pintura, levantaron un muro. Terminaron disparando contra quienes pretendían saltarlo. Oponerse a la libertad siempre es un fracaso porque resulta imparable. El independentismo catalán, en su cerrazón por dividir y separar, se ha creído que la independencia se logra siguiendo las instrucciones como en esos juegos de manualidades de papel recortable: Córtese por la línea de puntos. De aquí en un año, Puigdemont, el Eduardo Manostijeras del procés, necesitará un juez de línea. Y los jueces de verdad debieran juzgar y dictar sentencia.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 11 de septiembre de 2016. https://www.elimparcial.es/noticia/169436/opinion/jueces-de-linea.html