El orden y la ley

No dejará de conmoverme que el sargento de la Guardia Civil que encontró agonizante el cuerpo de Miguel Angel Blanco se llamara Jesús María Justo. Para quienes profesamos la fe católica no hay casualidades sino diosidades. Aquél asesinato removió nuestra conciencia colectiva transformando la entreguista visión y el blandengue tratamiento que algunos tenían sobre el terrorismo de ETA. Fue como una potente luz que permitió percibir con la transparencia de las aguas limpias y claras quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Quiénes los demócratas y quiénes los totalitarios. ¡Qué pronto volvimos a la siniestra oscuridad del borroso relativismo zapateril!

En Democracia y revolución, Raymond Aron nos enseña que las nociones de democracia y revolución son antitéticas. La democracia es la pluralidad de partidos, el procedimiento electoral, la aceptación del otro. La revolución es exactamente lo contrario, es la negativa de aceptar al otro en tanto que piensa distinto de uno, es la ruptura de la legalidad. ¡Cuántos necesitan hoy leer a Aron! ¡Y que lo entiendan! Ante lo revolucionario, antidemocrático y dantesco de los ataques a la libertad cometidos por perturbados niñatos, legatarios de siniestras Juventudes hitlerianas, nuestro hartazgo y, a la vez, valentía debieran movernos a gritar ¡Basta Ya! Y como aquel sanador Espíritu de Ermua, regenerar nuevamente las aguas del constitucionalismo español estancadas y casi putrefactas por la esquizofrenia política de un presidente del Gobierno, pertinaz relativista, empeñado en interpretar el papel de Norman Bates en Psicosis.

¡Cómo se echa de menos oír en el solar patrio el grito de Basta Ya proferido desde La Moncloa! Con él podría insuflarse a la vida nacional un nuevo espíritu de libertad que robustezca con contrafuertes de dignidad y orgullo nuestro agrietado edificio constitucional. Pero esa voz jamás se pronunciará. Parafraseando a Julián Marías, lo que le pasa al Gobierno de España es que no sabe lo que le pasa. Inmersos en cálculos electoralistas tratando de redondear votos y escaños, distraídos con ensayos de laboratorio intentando teñir de blanco maquiavélicas alianzas con ERC, Sánchez y sus ministros esperan que otros les saquen las castañas del fuego cuando son ellos quienes han prendido el fuego y echado en él las castañas. Y como pésimos aprendices de estadistas, se balancean en la mecedora del sótano de un partidismo sectario. Zanganean entre una fatídica moderación y una fantasiosa normalidad. Deambulan desde una bobalicona y confiada proporcionalidad hasta perversas conjeturas que pretenden disfrazar bajo una firme prudencia. Ignorantes de que el apaciguamiento espolea a los fanáticos a progresar en su imparable escalada de violencia. Cuando la libertad de los ciudadanos no puede garantizarse hay que aplicar más seguridad que proporcionalidad.

Resulta hilarante la dureza que ahora muestra Sánchez contra Torra cuando éste es ya más cadáver político que Franco. Qué obsesión en ser implacable con los muertos. Lamentablemente, el Gobierno de España practica esa nefasta política de apaciguar a la fiera, permitiendo que la fiera devore a valientes servidores del orden y la ley. Cuando posiblemente la fiera engulla también al PSOE.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 20 de octubre de 2019. https://www.elimparcial.es/noticia/206133/el-orden-y-la-ley.html

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