El pueblo

La última vez que unos políticos levantaron la falsa bandera de la defensa del pueblo lo entregaron luego atado de pies y manos al lager y al gulag (totalitarismos nazi y soviético). El pueblo es a la ciencia política lo que el perejil a la gastronomía: está en todas las salsas. Pero apenas se nota su protagonismo, que se levanta gigantesco como las olas para caer de inmediato y desaparecer; y el movimiento, que hubiera entusiasmado desde el primer momento, acaba por decepcionar.

Como si fuera un efecto dominó, Europa habla del pueblo y contagia a los USA. Marine Le Pen, aspirante a ballotage, se consagra como youtuber hablando en nombre del pueblo. Al otro lado del Atlántico ¿vínculo transatlántico? Donald Trump dice que la prensa no habla en nombre del pueblo. Es nombrar al pueblo, y agarrarse a la cartera o sacar el revólver a lo Goebbles. Nuestra democracia también padeció su desvarío con Rumasa pal pueblo, de Alfonso Guerra, quién antes había suicidado a Montesquieu y el ideal de la división de poderes, que algunos pensaron que eran el Madrí y el Barça repartiéndose trofeos. No, eran los jueces y la televisión, que Guerra siempre representó a las élites, con el café de mi enmano de por medio, legado del CAFÉ de la Falange y del café para todos del azul Suárez.

Del pueblo como sujeto político pasamos a la gente como sujeto recipiendario del bienestar que pretende Pablo Iglesias (Virgencita que me quede como estoy), con un Podemos podado tras la purga de los Kadetes errejonistas. Cómo nos recuerda ese estilo de pijos decrépitos de los dirigentes de Podemos al grupo Viva la gente, aunque luego sería María Ostiz (Un pueblo es) la que volvería a encumbrar a la ciudadanía como agente de acción política. Si bien Los Panchos (Me voy pal pueblo) lo emplearon, no como arma ideológica, sino como locativo. Su alma, corazón y vida es una trilogía de valores inquebrantables rechazada por el popular (de pueblo) Rafael Hernando, quien realiza su gran aportación al pensamiento conservador de Cánovas, Maura y Gil Robles, ¡si levantaran la cabeza!: Un partido no puede tener valores inquebrantables. ¿Tampoco el valor de la palabra dada, del Ius romano? Los programas están para no cumplirlos (Tierno Galván). Donde dije digo digo apaciguamiento. Sabemos dónde está el bien y dónde está el mal y cuál es la zona peligrosa en la que con evidente daño para el pueblo, se han refugiado quienes, sin credo definido, fecundan la confusión y pretenden conciliar pensamiento y marketing, términos antitéticos como la luz y la sombra.

Deambula por ahí un pueblo que prefiere serlo de ciudadanos y no de partidos. De buenos administradores y no de comisarios. Que sabe que no son las buenas leyes sino las buenas prácticas las que transforman los pueblos convirtiéndolos en vivos y actuales con un puesto en el mundo. Es la diferencia entre pueblo organizado y masa, de la que habló Pío XII. De eso ya nadie habla.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 19 de febrero de 2017. https://www.elimparcial.es/noticia/174747/opinion/el-pueblo.html

Fuente gráfica: Dani Gago.

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