El tren

Con chulería de principiante, Sánchez se burla de los españoles castigándoles a esperar sentados a 2020 las elecciones. Antes necesita arreglar “su” problema despilfarrando millones en Cataluña para comprar más tiempo en Moncloa. Ya intentará luego arreglar los problemas de España. Para los extremeños, eso significa continuar esperando en el andén de la Historia a que llegue el tren del progreso.  

Sube a mi tren azul…si controlas su viaje, serás feliz, cantaba en modo psicodélico la legendaria banda de Leño. En España, el tren ha sido siempre recurso para la música, la literatura o el cine. Y, por supuesto, para la economía nacional, en donde los medios de transporte son capitalmente estratégicos. Con la deficiencia en vías navegables interiores y la accidentada estructura del relieve español, que exige un trazado con pendientes de diversos grados y con túneles y puentes, el ferrocarril nos resulta de gran utilidad. Sobre lomas, entre valles, por llanuras de olivares o trigales del paisaje patrio surgen indicios del provechoso camino de rodadura fijo que es la vía férrea.

Los españoles sabemos de trenes por sus horarios. Gracias a la fusión de la intrepidez de un empresario, José Luis Oriol, y del talento de un ingeniero militar, Alejandro Goicoechea, España alumbró el veloz TALGO. Empresa proyectada con tal rigor, que los ensayos definitivos sobre la idoneidad del invento se encargaron al maquinista Stachbein, conductor de los trenes presidenciales en EEUU. La expectación creada fue grande, pero la familia Oriol, nada amiga de rodear anticipadamente con resonante bombo la realización, insistía en quitarle novela al Talgo.

Una potente y rauda locomotora requiere de firmes traviesas y sólidos raíles. Por la rapidez de sus trenes, España es un desgraciado país de dos velocidades. Alta velocidad y parsimonia extremeña. Extremadura, esa tierra a la que el poeta Gabriel y Galán adjetivó como gloriosa y hermosa, continua de eterna aspirante a una bonanza y un florecimiento que cada día se antojan más inaccesibles e inigualables. Allí, donde vieron la luz Pizarro y Cortés, donde se ubica la última morada del César Carlos, son los pasajeros de un tren los que tristemente ven pasar las vacas. Los extremeños sufren una política carente de realismo económico y social condenándoles a trenes de segunda. Cuando íbamos bien, Aznar dijo que España no debe tener la tentación de sacar un billete para vagón de segunda. Un amigo de Aznar, Sarkozy, le espetó a Villepin, su rival electoral: Usted habla del pueblo, pero jamás ha viajado con billete de segunda. De nuevo, el tren como criterio categórico del nivel de vida. El tren de vida de Sánchez está sorprendiendo a todos. Mientras él viaja en Falcon, España sigue perdiendo trenes: la educación, la natalidad o la economía. En suma, la prosperidad. Si no despertamos tomando conciencia del problema, jamás se acertará en las soluciones. Recito a Gabriel y Galán sobre los extremeños:

Pueblo que duerme es suicida,

y yo no puedo creer

que estés pasando la vida

lánguidamente dormida

sobre tus glorias de ayer. 

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 13 de enero de 2019. https://www.elimparcial.es/noticia/197494/opinion/el-tren.html

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