Del nacionalismo dijo Einstein que es una enfermedad infantil, el sarampión de la humanidad. De esta anacrónica patología hizo la mejor descripción el neurólogo y padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, confirmada años más tarde por Michael Ignatieff: “el nacionalismo toma los hechos naturales de un pueblo (lengua, territorio, tradición e historia), y los convierte en una idílica narración con el propósito de crear conciencia dentro de la colectividad, que le conduzca a imaginar una identidad nacional con pretensiones de autodeterminación. El nacionalista toma las diferencias menores y las transforma en grandes distinciones, se embellecen y repulen los pasados gloriosos, y pueblos que nunca habían pensado en sí mismos como tales comienzan, de repente, a imaginarse naciones”. Los enfermos más graves deliran creyendo ver a un camarada posándose en la Luna con la bandera del terruño.
La epidemia parte de un paciente cero: un excéntrico novelero que inventa una historia, narrada con aparatosa fascinación, y termina convenciendo a una legión de incautos e incultos con la mansedumbre del rebaño. Luego, mediante una educación patriotera, lacrimógena y endogámica se construye un entramado de poder, que deviene en totalitario. Porque el nacionalismo no es un problema político ni jurídico, sino moral. Más que una patología, es una inmoralidad. Allí donde predomina el colectivismo y reina la tribu, se anula la libertad del hombre. Antes la lengua, territorio o tradición que la persona, simple número dentro del sujeto colectivo que es la nación. Para el genial Indro Montanelli, conocedor de esta letal calentura, los nacionalistas excluyentes quieren pensar en términos de nación y Estado, pero su actitud es de aldea o tribu; “nacionalismo de colonia”, lo llamó.
En España, ese nacionalismo ha sido siempre insaciable, consecuencia de su victimismo. El victimismo del nacionalismo vasco consiste en creerse que Euskadi ha sufrido la represión del franquismo desde tiempo inmemorial. Viven convencidos de que si el euskera no progresó es por culpa de Franco. Omiten que el propio Sabino Arana aprendió vasco siendo ya un adulto porque sus padres no se lo enseñaron. El nacionalismo catalán sitúa también al franquismo en el origen de sus males. Sin embargo, el que fuera presidente del Barcelona, Agustín Montal, y artífice del lema “más que un club”, solía presumir de que, aún vivo Franco, el Barcelona se adhirió a la campaña “catalá a l´escola”; de que en el Nou Camp se instaló la primera senyera y que los avisos desde los altavoces del estadio eran en catalán; de que el capitán del Barcelona llevaba como distintivo de su rango la bandera catalana y de que en el funcionamiento interior del club se adoptó el catalán como idioma. Enfermiza es su obsesión por la persecución franquista.
Hubo, sin embargo, un regionalismo catalán inspirado y dirigido por Francesc Cambó, que rechazó el separatismo y era opuesto al socialismo, o sea, inmune al virus. Sigamos las instrucciones de un sabio sobre esta epidemia para así disponer de antídoto: Nosotros no tenemos que ser catalanistas, con ser catalanes nos basta: catalanistas que lo sean los charnegos (Josep Pla).
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 1 de marzo de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/210554/opinion/virus-sin-corona.html
Fuente gráfica: Raúl Arias.