Creíamos que el modelo autonómico siempre garantizaría una atención más directa y permanente sobre los problemas diarios de los ciudadanos. Estábamos plenamente convencidos de que los intereses territoriales de municipios y provincias habrían de estar mejor defendidos con la división de España en Comunidades Autónomas. Nos tranquilizamos porque esa estructura administrativa nada tenía que ver con devaneos federalistas ni, mucho menos, secesionistas que tensionaran la unidad territorial de la nación, quedando a salvo la cohesión entre las distintas regiones de España. Además, el régimen de las Autonomías no impediría al Estado central, esa Administración fetén, siempre decisiva y decisoria, servir a los intereses generales y actuar con eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la Ley y al Derecho. Siempre tuvimos muy claro que, en caso de un enemigo exterior, algo ya de por sí inimaginable, a estas alturas dada nuestra integración en la OTAN y en la Unión Europea, los españoles junto al Estado actuaríamos unidos como un solo hombre y en la misma dirección.
Un día, sin saber cuándo ni porqué, un enemigo exterior apareció. Desconocemos, cómo y por dónde entró. Igualmente ignoramos sus fuerzas. Supimos que era un adversario no convencional, desconocido, invisible, intangible, al que debíamos combatir, no con armas ni tiros, sino con mascarillas y respiradores, a la vez que con abundante higiene. Nuestro ejército debía estar compuesto de sanitarios y rastreadores, no de soldados. Hoy, la única certeza de la que disponemos es que está haciendo estragos en nuestras filas. La cosa no pintaba ni pinta bien. Para oscurecer aún más la situación, nosotros estamos divididos por luchas de clases, pugnas entre partidos y enfrentamientos a causa de separatismos locales. A los ojos, como escarpias, de nuestros vecinos europeos y transoceánicos, somos incomprensiblemente auténticos reinos de taifas que toman decisiones, no científicas, sino ideológicas, es decir, tardías, ineficientes y, por ello, engañosas y desprendidas del objetivo prioritario de salvar vidas. Y a causa de una burocracia corrosiva y unos viciosos comisionistas, somos incapaces de recabar cuántos recursos materiales nos resulten necesarios e idóneos para hacer frente al mortal invasor.
Otro agravante añadido es que nuestra clase dirigente, cada día más huérfana de clase y más incapaz para dirigir, no logra derrotar al virus, echándose unos a otros los muertos encima. El ínfimo nivel de ciertos políticos es manifiesto. No llegarían a jefes de negociado en los Ministerios de la Transición. Ni siquiera a ujieres en los del franquismo, ni con la recomendación de Sindicatos o del Frente de Juventudes incluida. No resulta extraño el panorama tan desolador que nos rodea: somos los primeros de la nada en la debacle económica y sanitaria A la muerte de más de cincuenta mil personas, al desempleo de millones de ciudadanos, a la quiebra de la economía se añade, por la vaciedad de una gestión maquiavélica y maniquea de un endiosado y superfluo Gobierno, apoyada y alabada por medios de comunicación mansurrones, la crisis de la verdad y de la libertad.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 4 de octubre de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/217445/opinion/primeros-de-la-nada.html