En Vida y destino de Vasili Grossman, hay un personaje, Shtrum, científico caído en desgracia durante la dictadura estalinista, que siendo inocente, se niega a reconocerse culpable. Sus amigos le aconsejan hacerlo para evitarse malos mayores. Socialista convencido, confiesa a su hija: “Creo que nos precipitamos al hablar de socialismo; éste no consiste solo en la industria pesada. Antes de todo está el derecho a la conciencia. Privar a un hombre de este derecho es horrible. Y si un hombre encuentra en sí la fuerza para obrar con conciencia, siente una alegría inmensa”.
El cargo de conciencia pesa y el remordimiento de conciencia produce desazón. No hay mejor almohada que una buena conciencia. Pero como decía Saint Exupery en El principito, es ésta una cosa demasiado olvidada. En tiempos de conmoción como los presentes ¿cómo reaccionamos? ¿a impulsos de la emoción o con el sosiego de la conciencia? “Somos los artesanos de nuestra propia existencia” nos dice Séneca. Y como pensamos, así actuamos. En el gueto de Varsovia, se contaba entre los judíos un chiste: Isaac estaba leyendo Der Sturmer, el periódico nazi en la Varsovia de 1941. Salomón le pregunta por qué leía ese pasquín antisemita. Isaac responde que leer que los judíos eran sumamente ricos y dominaban el mundo le subía emocionalmente el ánimo.
Vivimos en una jungla de emociones. Medios de comunicación y redes sociales emiten machaconamente mensajes destinados a erizar la emoción. La política se ha convertido en espacio de encrespamiento emocional. Tremendo error es aderezar el debate político con el jugo amargo del cainismo. El deber político es un deber de conciencia. Los dirigentes en una sociedad democrática deben dar cuenta ante la ciudadanía. Demoledor, como él solo, Churchill sostenía que “el mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio”. El escritor alemán Hesse no le iba a la zaga: “la masa no es buena ni mala, sino indolente, y no hay nada que odie tanto como las llamadas a la conciencia”.
Hoy precisamos de llamadas fuertes, aldabonazos a tantas conciencias dormidas porque padecemos el desarraigo de la conciencia. No se hará nada de profundo y duradero para regenerar nuestra convivencia sin una previa llamada imperiosa a la conciencia de cada uno y a sus virtudes. Hechos de enorme gravedad resbalan por la superficie de la conciencia moral y nacional como si se tratara de algún episodio baladí. Asistimos a la estrepitosa quiebra de la conciencia de una sociedad, que desgarrada vagabundea sin destino y sin sentido. Heinz Rein, en Final en Berlín, pone en boca de Elisabeth Mattner durante los horribles y devastadores días de abril de 1945 que “para la mayoría en el gran incendio se ha quemado también la conciencia moral y se ha hecho tan evidente la falta de sentido de toda su vida que uno ya no puede vivir de otra manera que sin sentido”.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 13 de diciembre de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/219926/opinion/desarraigo-de-la-conciencia.html