Se prohibió fumar en los cafés. También compartir prensa por temor al contagio. Se preguntaba Azorín ¿qué vais a hacer en un café si no fumáis ni leéis los periódicos? Un español que está en un café no puede hablar sino del Gobierno. Y un español que habla del Gobierno, claro está que ha de hablar mal, aseveraba el escritor. Pedro Sánchez es ya tan hábil en el empleo del bluff como lo fue Benito Mussolini. En el acopio de mentiras aún no supera a Goebbles, salvo que a sus trolas sume las de Tezanos y Simón. Donde Sánchez es insuperable es en la simplicidad de frase y de concepto. Padece también síntomas por cohabitar, como decía Azorín, entre profesionales de la revolución y explotadores del pueblo.
Una concepción socialcomunista desemboca fatídicamente en una planificación totalitaria. Se anega la libertad individual y frustra la iniciativa de los cuerpos sociales. El vacío es ocupado por colectivismo, subvenciones y un sistema impositivo que aniquila la pujanza de la sociedad civil. Si para manejar los pequeños negocios basta el buen sentido “¿cómo hombres que han renunciado enteramente al hábito de dirigirse a sí mismos podrán conseguir escoger bien a quienes deban conducirles?” se pregunta Alexis de Tocqueville en De la democracia en América. A esto es incapaz de responder un progresista. Ser progresista no significa ser partidario del progreso. Como ser antiprogresista no supone estar en contra del progreso. El progresista convierte al progreso en ideología, en un mito, en una religión al revés. Cuenta Gracián en El Criticón que un hombre, por vía de castigo, es encerrado en una cueva en compañía de feroces animales; a los gritos del prisionero acude un viandante que, veloz, llega a la caverna y separa la losa que la cierra. Salen del antro todas las fieras y van haciendo caricias al libertador; aparece después el prisionero quien mata a su bienhechor para robarle su hacienda. Querido lector, ese es un progresista.
Los alcaldes se han opuesto al saqueo progresista del Gobierno y con ello han fortalecido el poder municipal. “Corregir a Madrid con las capitales de provincia y a las capitales de provincia con las aldeas”, propugnaba Ortega y Gasset. Buen inicio para reformar las instituciones, según Ganivet. Y es que interesa mucho al Estado que el timón de los municipios se halle en las manos mejor dotadas por capacidad y por vocación, procurando a nuestros pueblos buenos administradores. Gran promotor del municipalismo fue José Calvo Sotelo, asesinado por socialistas en la II República. Aquí, la desmemoria es histórica.
Dicen los ingleses que “un hecho es como el alcalde de Londres; sólo él tiene verdadera e indiscutida dignidad”. Dignidad tuvo José Luis Alvárez. Fue alcalde de Madrid. Ganó las elecciones, pero la coalición de izquierdas se impuso y eligió a Tierno Galván. José Luis y su esposa abandonaron la Plaza de la Villa atestada de manifestantes de izquierda. Les abrieron paso sin tocarles ni un solo pelo. “¿Dónde está España?” preguntaba angustiado Larra. Quizás en los Ayuntamientos.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 13 de septiembre de 2020. https://www.elimparcial.es/noticia/216722/opinion/alcaldes.html