Golpes

El rasgo fundamental de la democracia es la aceptación de los compromisos entre los grupos políticos. Raymond Aron decía que “la virtud esencial de la democracia es la conciencia del compromiso”. Nuestro actual sistema democrático se basó en dos grandes compromisos: el de los llamados partidos regionalistas a ser leales con la Constitución de 1978, y el de los partidos nacionales a hacer causa común en caso de deslealtad de los primeros. Ambos compromisos están hoy hechos añicos y así no es posible una regeneración democrática. Al contrario, nuestra democracia está degenerándose.

Para que la democracia no degenere en revolución debe cumplirse una condición: asegurar el respeto a la legalidad. No se puede invocar el Derecho y al mismo tiempo menospreciar el Derecho. Nada resulta más anárquico ni fanático que la ideología divorciada de la legalidad. Cuando el orden constitucional es derrotado por acciones fuera de la ley, se está ante un golpe de Estado. Cuando un grupo político pretende obtener el poder a través de la violencia para hacer cambios que no pueden ser aceptados pacíficamente por otros grupos, la democracia sucumbe ante la revolución o, incluso, la guerra civil. Durante la II República, el PSOE de Largo Caballero e Indalecio Prieto organizó el golpe de Estado que desembocaría en la llamada Revolución de Asturias y en la proclamación del Estado catalán. En 1978 y años sucesivos, solamente la extrema derecha franquista y minoritarios grupúsculos independentistas, incluido el terrorismo etarra, eran contrarios a la Constitución y a la Monarquía. Más de cuarenta años después, desaparecida aquella extrema derecha, los partidarios de abatir el régimen constitucional han crecido de golpe y porrazo. A los separatistas, nuevamente golpistas, y a los filoetarras, casi igual de violentos que los etarras, se suman el comunismo de aires caribeños y el socialismo sanchista, reeditando la funesta fórmula del frentepopulismo guerracivilista. A pesar de su pulso de estadista, ni siquiera González logró sustraerse a esa irrefrenable tendencia del socialismo español a emplear métodos más expeditivos (GAL, Flick, Filesa), que democráticos. Parece como si los socialistas estuvieran cómodos en el papel de zorro cuidando el gallinero.

Alguien dijo que en España las elecciones prácticamente se ganaban sabiendo dominar la televisión. Lo cierto es que nuestra Constitución se ha defendido a golpe de televisión y gracias al Jefe del Estado en las dos intentonas golpistas. Tanto el golpe de Estado de Tejero, pistola en mano, en 1981, como el protagonizado por los independentistas catalanes, sin armas, pero sediciosamente coactivos, en 2017, fueron desactivados por la aparición televisiva del Rey hablando a la nación. La Corona sí ha mantenido su compromiso con el orden constitucional.

Cuando Hitler destruyó la democracia en Alemania, pocos alemanes se dieron cuenta de lo importante que son las instituciones para preservar la democracia y que ésta depende de la devoción que sientan hacia ellas los ciudadanos dispuestos a actuar a tiempo para defenderlas. Sobre todo, cuando se tiene un Gobierno que prefiere ser cazador furtivo a guardia forestal.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 28 de febrero de 2021. https://www.elimparcial.es/noticia/222515/opinion/golpes.html

Fuente gráfica: El Periódico

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