La fuerza de la voluntad

Un alumno inteligente llegará lejos. Uno voluntarioso llegará a donde se proponga. Nada se resiste ante una voluntad firme. Todo se doblega ante ella. La inteligencia es un grandioso talento que decrece y hasta desaparece si no se desarrolla ni vigoriza. Incurre en dispersión y acaba siendo algo estéril.

Dos inteligencias de igual alcance obtienen diferentes resultados según sea la voluntad que las dirige. Por ello, la capacidad intelectual depende enormemente de la fuerza de la voluntad; ésta fuerza se asienta en la decisión para emprender, en la resolución para ejecutar y en la perseverancia para llevar a término el camino emprendido. El dominio de la voluntad permite medir la cantidad y la calidad del esfuerzo, alentarlo en circunstancias de escasez y templarlo en momentos de abundancia.

Lo que empujó a Filípides a perseverar en su carrera anunciadora de victoria desde la llanura del Maratón hasta Atenas fue la fuerza de voluntad. Lo que sostuvo despierto a Rodrigo de Triana en lo alto de La Pinta permitiéndole avistar un nuevo Continente fue la fuerza de voluntad. Lo que propició que Henry Stanley culminara a orillas del Lago Tanganica una incansable búsqueda con aquella frase “Doctor Livingstone, me supongo”, fue la fuerza de voluntad. Y lo que facilitó que Amstrong pronunciara su histórica frase sobre la superficie lunar fue la fuerza de voluntad.

No hay educación posible sin la fuerza de la voluntad. No hay trabajo posible, sea intelectual o físico, si no es mantenido y sostenido por la fuerza de la voluntad.

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