Establos de fútbol

En su libro Escuela para todos. Educación y modernidad en la España del Siglo XX, Antonio Viñao escribe: “Nuestra enseñanza está montada sobre dos valores: la indolencia y la impunidad. Si los alumnos trabajan y se esfuerzan, bien; si no lo hacen, también. Si su comportamiento es respetuoso y civilizado, estupendo; si son violentos, maleducados e irrespetuosos, qué se le va a hacer”.

“La educación es un tema crucial para todas las generaciones, ya que de ella depende, tanto el sano desarrollo de cada persona, como el futuro de toda la sociedad. Por esta razón, representa una tarea de primer orden en estos tiempos difíciles y delicados. La educación necesita de lugares. El primero es la familia. En la familia, la persona se abre al mundo y a la vida, y la apertura a la vida es signo de la apertura al futuro. El segundo son las instituciones educativas, las primeras instancias que colaboran con la familia; y para desempeñar esa tarea adecuadamente sus objetivos han de coincidir con los de la realidad familiar”. Quien así se expresa es el Papa Benedicto XVI.

Sostiene Fernando Savater que “España es uno de los países más habitables de Europa, sólo nos falta educación cívica, lo que nos ha llevado a la corrupción”. Yo añadiría: y al acoso escolar o laboral, y a la violencia machista, y a la okupación de viviendas, y al ultraje a los símbolos de la nación, y a la injuria vía Twiter y, por supuesto, al insulto en los terrenos de juego, que en muchos casos presupone un comportamiento racista. Son claros ejemplos de faltas de educación que nos retrotraen a estadios asilvestrados. ¿Hay algo peor que un político cargado de ideología y sin educación? Sí, un aficionado cargado de fanatismo y sin educación.

Asistir hoy a un campo de fútbol y presenciar un partido da para doctorarse cum laude en una escuela de salvajismo. La situación se agrava cuando a los cafres no se les impone una severa lección de autoridad que detenga la humillante catarata de gritos o gestos malsonantes y ofensivos con que se retratan partido tras partido. Y las bestias campan a sus anchas con total impunidad. Porque de esta sociedad hemos expulsado a la autoridad: en la familia, en la escuela, en las calles…y por supuesto, en los estadios de fútbol. La autoridad ha ido achicándose, encerrándose en su área, a la defensiva y renunciando a su noble ejercicio bien por complejo (autoridad no es autoritarismo), por un malentendido espíritu de apaciguamiento (no queriendo molestar a la fiera, hemos sido devorados por ella), o por impotencia (¡qué se la va a hacer! como dice Viñao en su citada obra). Y cuando nos disponemos a actuar con contundencia, además de cometer torpemente una cadena de despropósitos, lo hacemos con retraso. Hemos tardado tanto en cargar la escopeta, que la perdiz ya está fuera de tiro. Los bárbaros terminan ganando y los civilizados perdiendo.

Pero en ocasiones, surge un héroe civilizado entre mil, no, diez mil que planta pie en pared y dice: “Por ahí no paso”. Como hizo Guus Hiddink, una tarde de 1992 siendo entrenador del Valencia, en el campo de Mestalla. En los prolegómenos de un partido entre su equipo y el Albacete, al observar que unos aficionados de una peña albaceteña portaban una bandera con la cruz gamada nazi, ordenó rápidamente su retirada advirtiendo que su equipo no disputaría el encuentro con aquél escalofriante símbolo en los graderíos. Ojala hubieran surgido tiempo atrás muchos Hiddink para acabar con la barbarie de tanto odio y fanatismo acumulados en los gradas de los estadios de fútbol, convertidas en cuadras con abundancia de coces más que de voces. Hoy habría más gente educada en el fútbol. Más héroes civilizados como Hiddink.

El que fuera portero del Athletic de Bilbao y de la Selección española, José Angel Iríbar, nos legó esta instructiva y enriquecedora reflexión: “La educación es la única riqueza que no le pueden quitar a un hombre”. Hay magníficos futbolistas que juegan magistralmente, corren como la pólvora y driblan con exquisita destreza al rival, resultando muy difícil quitarles el balón. Que cuando lo pierdan, al menos, retengan la educación.

Fuente gráfica: Diario Veinte minutos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *