Imagina a alguien justo y piadoso, de rica familia, capitán de flotas guerreras, vencedor de piratas, Dux de Venecia cuando se acerca el fin del primer milenio, demostrando una magistral forma de gobernar para poner orden en la ciudad; en fin, una portentosa carrera colmada de éxito, poder, fastuosidad… Y un día de septiembre de 978, sin avisar a nadie, ni siquiera a los suyos, renuncia a todo, abandona Venecia y peregrina a un monasterio del Pirineo rosellonés, San Miguel de Cuxá, para hacerse monje benedictino. Ese es Pedro, del clan veneciano de los Orsoli.
Pero nuestro hombre aún sigue sin encontrar la Gloria. Sale del monasterio y se hace ermitaño en la montaña pirenaica llevando una vida más solitaria. Muere y florecen milagros que confirman su santidad. Siglos más tarde la Iglesia canoniza a Pedro de Orséolo, que transitó desde la grandeza aparente hasta la grandeza solo visible a los ojos de Dios.
Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para ca da día. Carlos Pujol