11 de febrero. Nuestra Señora de Lourdes

«Yo soy la Inmaculada Concepción». Así respondió el 25 de marzo de 1858 (en su decimosexta aparición) la Señora a Bernadette ante la petición de ésta de que revelara su nombre. Unos años antes, el 8 de diciembre de 1854, se había proclamado solemnemente el dogma católico de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

Fueron varios los interrogatorios a los que se sometió a Bernadette Soubirous (1844-1879), una adolescente pobre y analfabeta de catorce años, ante la autoridad eclesiástica. Bernadette sostuvo con firmeza haber presenciado dieciocho apariciones de una Señora, que dijo ser la Inmaculada Concepción, en la gruta de Massabielle, a orillas del río Gave de Pau, en las afueras de la población de Lourdes, Francia, en las estribaciones de los Pirineos, entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858. Fue el obispo de Tarbes, quien el 18 de enero de 1862, publicó la carta pastoral con la cual declaró que «la Inmaculada Madre de Dios se ha aparecido verdaderamente a Bernardita». En ese mismo año, el Papa Pío IX autorizó al obispo local para que permitiera la veneración de la Virgen María en Lourdes.

Desde entonces, los milagros en forma de curaciones de enfermos en el cuerpo y en el alma así como en forma de conversiones al Evangelio no han cesado de manar de aquella gruta mariana. Conversiones como la de aquel curioso médico que, tras acompañar a varios enfermos al santuario, se convirtió y terminó escribiendo un libro, El viaje a Lourdes en el que confirmó que «es el catolicismo que, desgraciadamente, no he comprendido, el que me ha dado más satisfacción».

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