De familia cristiana, Santa Eulalia debió de vivir en alguna quinta de los alrededores de Barcelona, que algunos sitúan en el Desierto de Sarriá, en todo caso, muy lejos de las antiguas murallas. Al desatarse la persecución de Diocleciano, llega a Barcelona el prefecto de éste, Daciano, y a Eulalia no se le ocurre otra cosa que salir de su casa, recorrer a pie el camino hasta la ciudad y desafiar al poder con la verdad. Tenía veinticinco años.
Ante el siniestro Daciano proclama su fe: «»Soy Eulalia, sierva de Cristo, rey de reyes y señor de señores». Como, ayer lo mismo que hoy, no hay más rey y señor que el César, se la obliga a apostatar, primero con persuasivas amenazas, luego con azotes y potro de tortura. Eulalia se niega. Es introducida dentro de un tonel lleno de cuchillas que es empujado pendiente abajo por una calle, que hoy lleva su nombre: la barcelonesa Bajada de Santa Eulalia.
Ya muerta, su cuerpo se expone en una cruz extramuros y una nevada milagrosa viste su desnudez. La entierran cerca de donde hoy se levanta el Arco de Triunfo. Pasado un tiempo, su cuerpo es trasladado a la cripta de la catedral, donde descansa una Santa que no pudo callar su fe y que anduvo un buen trecho para gritarla.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.
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