Hija de un labrador de Laviano, cerca de Cortona, pierde a su madre a los seis años y poco después una madrastra amarga su niñez con celos y desdenes. De extraordinaria hermosura, Margarita es vista en la comarca como una princesa, digna de un príncipe. Este no aparece, pero sí un joven y apuesto caballero de Montepulciano, con título de marqués, que la convence para que comparta su vida, prometiéndole que algún día será su esposa. Para lo mismo prometer mañana y también pasado mañana. A sus dieciocho años, Margarita es la amante del marqués a quien da un hijo.
En 1273, el caballero muere apuñalado, Margarita lo deja todo y con su hijo en brazos vuelve a casa de sus padres, que ante el pecado cometido por la hija, le cierran las puertas. En Cortona encontrará la protección de unas piadosas damas que la encaminan hacia los franciscanos, uno de ellos, fray Giunta Bevegnati, será el director espiritual de la nueva María Magadalena, que en 1276 se convierte en terciaria franciscana.
Santa Margarita funda un hospital, cuida a parturientas y a enfermos, trabaja para los pobres y enriquece a todos con sus mortificaciones y su caridad. Pero a su alrededor sigue dándose el chisme, la calumnia, la desconfianza. Ese pasado que la sigue a todas partes. Nada la altera. Jesucristo le dijo que sería espejo de pecadores, Su ejemplo atrae a muchas almas. Muere a los cincuenta años dejando una sintética hoja de ruta en una frase: La salvación es fácil, basta amar.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol
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