Dos mártires persas, tal vez hermanos, procedían una aldea llamada Jassa, y fueron víctimas de la persecución que desató contra los cristianos el rey sasánida Sapor II. Habían sido condenados a muerte nueve cristianos, y Jonás y Baraquicio salieron de su aldea para visitarles en las mazmorras y transmitirles aliento. Pero se vieron comprometidos y se les encarceló, exigiéndoles que adoraran al soberano y rindiesen culto a los elementos de la naturaleza.
Ante su negativa, fueron azotados y finalmente martirizados: Jonás aplastado en una prensa para la uva y Barasquicio sufrió el vertido de plomo derretido en su garganta. Un devoto varón llamado Absidotas rescató los santos cuerpos por quinientos mil daries, la moneda del país, y tres vestidos de seda, y les dio cristiana sepultura.
Mientras en Occidente, Constantino protegía a los cristianos, en Oriente, la persecución hacía mártires; unos tenían que resistir el halago, y otros la tortura; en Roma la absorción, en Persia el exterminio; en Europa las tentaciones de la influencia y del poder; en Asia las de la apostasía, doble experiencia complementaria que los católicos del siglo XXI conocen también. Aprendamos de San Jonás y de San Baraquicio.
Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.