Conocido como Juan el de la escalera, era un monje y abad del monasterio Monte Sinaí, que gozó de una fama inmensa como director de almas en la primera mitad del siglo VII. Su recuerdo no está vinculado a una biografía, sino a un libro, Escala santa, que ha tenido tanta influencia entre los monjes de Oriente y de Occidente.
Es una obra excepcional, que une la elevación a la sencillez, el rigor a la serenidad, los impulsos más espirituales a la agudeza psicológica y al sentido común. En treinta escalones hace recorrer el camino que lleva desde el hombre a Dios, empezando por la renuncia a sí mismo y concluyendo en el amoroso Absoluto.
Ascensión en la que cada peldaño es un desprendimiento, desde el simple ruido («oponer el silencio de los labios al tumulto del corazón»), y las pasiones exteriores hasta la última fortaleza den encastillado orgullo: «Los hombres pueden sanar a los voluptuosos, los ángeles a los malvados, pero a los soberbios solamente Dios».
La iconografía bizantina difundió la imagen de la mística escalera por la que trepan las almas, tironeadas, empujadas por demonios que pretenden precipitarlas en las abiertas fauces de un dragón. Entre un revuelo de ángeles luminosos y una atmósfera de intenso colorido sobrecogedor, el alma ligerísima y trémula que tras subir por la vertiginosa escalera, llega a las alturas y cae como una pluma en el regazo de Dios, empujada por el último soplo de la Gracia.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.