Quizás fuera una mártir, pero no hay datos que avalen esta tesis. Los testimonios más antiguos sobre ella ponderan su virginidad y su perseverancia en servir y agradar a su Esposo Jesús, hasta que acabada en paz esta vida mortal, se fue al descanso de la gloria.
Sí debió de ser, en cambio, una conversa, como su padre, el tribuno militar San Quirino, quien tuvo encarcelado por orden del emperador al Papa San Alejandro I. Sin embargo, habiendo oído decir que el pontífice obraba curaciones milagrosas, Quirino le llevó a la cárcel a su hija Balbina, enferma. El Papa accedió a las súplicas disponiendo que le quitaran la argolla que llevaba al cuelo y se la pusieran a Balbina. Al sanar repentinamente la muchacha, se convirtieron padre e hija, junto con sus familiares y todos los demás presos que habían presenciado el milagro. A todos los bautizó San Alejandro e instruyó a Balbina para que supiese cómo conservar la virginidad perpetua, como era su deseo.
Dice la tradición que Santa Balbina besaba siempre con mucho amor la argolla que había encadenado el Papa y que había sido como un yugo suave de Cristo por el cual obtuvo curación y recibió la fe.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol