Al parecer, Sabas fue lector en la iglesia, no debía ser considerado como una lumbrera. Cantaba y decía los oficios del culto divino, pero no era muy elocuente en palabras. Sí, en cambio, en testimonio, en ejemplo.
Durante una persecución fue prendido y soltado al poco tiempo por juzgársele persona insignificante; no valía la pena ensañarse con un infeliz como él, de cortas luces y de muy escasa instrucción. Un don nadie en la comunidad cristiana de aquella turbulenta tierra del norte del Danubio, posiblemente Tirgoviste, en la actual Rumania.
Prendido por segunda vez le azotaron y al ver que su actitud era de mansedumbre y de alegría, una fe tan elocuente exasperó a sus verdugos que le torturaron hasta dejarle por muerto. Una piadosa mujer le desató de noche y le llevó a su casa, pero volvió a caer en manos de sus perseguidores. Se le exigió que comiese manjares sacrificados a los ídolos a fin de que se convirtiera en un apóstata. San Sabas Se negó y aceptó el martirio. Se le ató a un tronco y murió ahogado en el río Buzau.
Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.