Palestino de Samaria, natural de Nabulus, pero de familia griega pagana, Justino fue un filósofo que buscó incesantemente la verdad y que desespera al no hallarla. Durante muchos años fue pasando de un sistema a otro, decepcionándose siempre por los resultados de sus reflexiones. Pitagórico, aristotélico, estoico y finalmente platónico, nada le convencía, hasta que ya en la treintena descubrió la Sagrada Escritura y se hizo cristiano.
No era sacerdote, pero consideraba que su obligación era dar a conocer a todos las señas de aquel tesoro que tanto le había costado encontrar, y se convirtió en predicador ambulante del Evangelio para difundir la buena nueva de la salvación con el ardor de un converso y el saber y la elocuencia de un profesional de la filosofía.
Nos dejó dos apologías del cristianismo y el famoso Diálogo con Trifón (un judío), por lo cual se le incluye entre lo Padres de la Iglesia, pero tan elocuente como sus escrito es su misma muerte en Roma, tras negarse a sacrificar a los ídolos, cuando fue acusado por un rival envidioso de ser culpable de «ateísmo y de impiedad».
San Justino fue decapitado junto con otros seis mártires, y sus reliquias fueron depositadas por Urbano VIII en la iglesia de la Virgen de la Concepción (o de los Capuchinos), en lo que hoy es Via Vittorio Veneto.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.
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