Era un hombre bueno y lleno de Espíritu Santo y de fe, según San Lucas. Discípulo de Jesús que perteneció al primer núcleo de la comunidad cristiana y cuyo verdadero nombre era José Haleví, es decir, el levita, aunque los apóstoles le apodaron Bernabé, hijo de profeta.
Era judío chipriota y primo de San Marcos, él fue quien presentó a los apóstoles a San Pablo después de su conversión en el camino de Damasco y luego colaboró en las empresas misioneras de Pablo; en Listra les tomaron por «dioses de forma humana» y llamaban a Bernabé Zeus y a Pablo Hermes, lo cual permite suponer que Bernabé era alto y de aire majestuosos, ya que la superstición popular le confundió con el padre de los dioses.
Evangelizó su isla natal y tal vez fue lapidado y quemado vivo por los judíos de Chipre. Precisamente, por su supuesta lapidación se le invocaba tradicionalmente como protector contra el granizo. Se dice que curaba a los enfermos aplicándoles sobre la cabeza o el pecho el Evangelio de San Marcos, del que nunca se separaba. Se le atribuye la fundación de la iglesia de Milán y es patrón de esta ciudad.
Ante las discrepancias que separaron a sus dos compañeros, el gran Pablo y su primo Marcos, Bernabé parece indeciso entre uno y otro, más tarde hará un intento de reconciliación que Pablo rechaza, y en pocas frases de San Lucas nos asomamos a una humanísima y sin duda enconada discusión entre santos, que tiene un dramático sello de verdad.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.