Nacido en la ciudad piamontesa de Vercelli, Guillermo inició una vida errante a los catorce años. Peregrinó a Santiago de Compostela descalzo y cargado de cadenas. Posteriormente se hizo eremita en Monte Virgiliano, hoy Monte Vergine en Nápoles, y con los discípulos que se arremolinaron a su alrededor fundó una comunidad de monjes vestidos de hábito blanco que se regían por la regla de San Benito y daban especial importancia al trabajo manual. Se fundaron nuevos monasterios dependiendo de Monte Vergine, pero Guillermo como hombre de soledad continuó sus andanzas penitentes y piadosas por el sur de Italia hasta su muerte.
La anécdota más conocida que se cuenta de él es la tentación carnal que provocaron unos cortesanos de Palermo mandándole una dama de escasa virtud que se dijo enamorada del santo y dispuesta a compartir con él su lecho aquella noche. San Guillermo hizo encender en el patio una enorme pira y se tendió entre las llamas invitando a la mujer a que se acostase a su lado tal como había prometido. Al ver que el fuego no le hacía ningún daño, la pecadora cayó de rodillas, se convirtió y más tarde quiso ser monja.
En el comienzo de los calores del estío, evocar la figura de este incombustible del fuego invita a ver en él su naturaleza ígnea, como instalado en el corazón de la infinita hoguera del amor de Dios, haciéndose insensible a cualquier otra llama, material o metafórica, que debía ser como una candela comparada con el sol.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.