Era hijo de Zacarías, un sacerdote del Templo, y de Isabel, prima de la Virgen, y aún antes de nacer, en el episodio de la Visitación, fue el primero en saludar gozosamente al Mesías; Juan siempre va por delante, siempre es el primero tanto en manifestarse como en desaparecer.
A diferencia de los demás santos, la fiesta de San Juan se celebra no el día de su muerte sino el de su nacimiento, y se acompaña en muchos lugares con un alegre ritual de fogatas. Este es un santo de fuego, de severa figura, que viste ropas tejidas con pelos de camello y se alimenta de langostas y miel silvestre. Es un predicador itinerante y solitario. Jesús se hizo bautizar por él y le dedica un inmenso elogio: «No hay entre los nacidos de mujer profeta más grande que Juan».
Por fin será decapitado como venganza de la verdad que no puede callar «la voz que clama en el desierto». La Redención estaba en puertas, y Juan, que sólo debía allanar los caminos, voceando la presencia y la excelencia del que estaba a punto de manifestarse, desaparece una vez cumplida su misión. Le matan, sus discípulos se unen a los de Jesús y su vida entera se convierte en prólogo. En los umbrales del Cristianismo, El Bautista es, pues, el arquetipo de todos los santos, los que se niegan a sí mismos para representar a Cristo.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.