En el verano del año 64 se declaró en la capital del Imperio un enorme incendio, «el más grave y el más atroz de cuantos han sucedido en Roma, según palabras de Tácito, «no se sabe hasta ahora si por desgracia o por maldad del príncipe», Nerón, quien para acallar el rumor popular de que él era el responsable de la desgracia, «dio por culpados de ella y empezó a castigar con exquisitos géneros de tormentos a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus excesos, llamados comúnmente cristianos».
Según el historiador de los Anales: «El autor de este nombre fue Cristo, el cual imperando Tiberio, había sido ajusticiado por orden de Poncio Pilato, procurador de la Judea; y aunque por entonces se reprimió algún tanto aquella perniciosa superstición, tornaba otra vez a reverdecer, no solamente en Judea, origen de este mal, sino también en Roma».
«Fueron, pues, detenidos al principio los que profesaban públicamente esta religión, y después, por delaciones de aquellos, una multitud infinita, no tanto por el delito del incendio que se les imputaba, como por hallarse convictos de aborrecimiento al género humano. Añadióse a la justicia que se hizo de éstos la burla y escarnio con que se les daba la muerte».
«A unos vestían de pellejos de fieras, para que de esta manera los despedazasen los perros; a otros ponían en cruces; a otros echaban sobre grandes rimeros de leña a los que pegaban fuego para que ardiendo con ellos sirviesen de alumbrar en las tinieblas de la noche». Por primera vez se persigue y se aniquila a esos hombres «aborrecidos del vulgo por sus excesos», esos exagerados del amor de Dios.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol