Este santo florentino protagonizó una llamativa anécdota a la que se atribuye su decisión de abrazar el estado religioso. Su familia andaba enzarzada en sangrientas venganzas, y cierto día topó en un camino solitario con el mayor enemigo de los suyos, que se encontraba inerme ante él. El hombre se arrodilló para suplicarle que le perdonase la vida por amor de Jesucristo en la cruz, y Juan Gualberto, conmovido, le abrazó diciéndole que no podía haberse buscado un abogado mejor. Luego, al entrar en una iglesia, vio que el crucifijo inclinaba la cabeza ante él, dándole las gracias.
Ingresó en San Miniato de Florencia, pero se dice que huyó de allí cuando los monjes quisieron elegirle abad, prefiriendo obedecer que mandar, y huir del peligro en que están los que ocupan lugares altos. Con un compañero fue en busca de otros parajes y fundó una comunidad en Vallombrosa, en la Toscana, con una adaptación personal de la regla de San Benito, extendiéndose por toda la península italiana. En Vallombrosa tuvo que resignarse a la dignidad abacial.
Manso, benigno, grave, modesto, severo con los rebeldes y suave con los flacos, muy compasivo con los enfermos, celoso de la santa pobreza, San Juan Gualberto presenta una estampa de monje que sólo vive para la oración y la caridad.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol