Natural de Brindis, en el tacón de la bota italiana, Cesare de Rossi se crió en Venecia, lugar más seguro que su ciudad natal, amenazada por los turcos. A los dieciséis años se hizo capuchino adoptando el nombre de Lorenzo, y estudió en la Universidad de Padua, donde adquirió un profundo saber bíblico. Ocupó altos cargos en su orden, pero se le conocía sobre todo como predicador, dedicándose de manera especial a la conversión de judíos; su ciencia, su poliglotismo y su fuerte personalidad le hicieron desempeñar importantes misiones evangelizadoras, políticas y diplomáticas.
En 1599 pasó a Austria, donde fundó los conventos de Viena, Praga y Gratz, distinguiéndose por su labor entre los luteranos, y años después le encontraremos en Alemania, España y Portugal (murió en Lisboa) infatigable y persuasivo como un embajador, valiente como un guerrero y sencillo y humilde como un fraile. La Historia le recuerda principalmente por el episodio bélico de 1601, cuando durante la guerra contra los turcos en Hungría desempeñó un papel semejante al de San Juan de Capistrano, arengando a las tropas, aconsejando a los generales y conduciendo el ejército cristiano a la batalla sin más arma que un crucifijo.
San Lorenzo, que desde 1959 es Doctor de la Iglesia, puede parecer desconcertante en su mezcla de espíritu evangélico y actuación política; no se conforma con llevar almas a Dios, también quisiera mejorar un poco el mundo, y es posible que este último ideal sea la corona de su gloria.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.