26 de julio. San Joaquín y Santa Ana

Lo que se venera es su participación anónima en los designios de la Gracia, porque los Evangelios no citan sus nombres, y solamente los apócrifos mencionan a Joaquín y Ana como padres de la Virgen. Para nosotros son los padres de María, se llamaran así o de otro modo, el matrimonio que dio la vida y que formó la piedad de María, la Santísima. Y, por tanto, son los abuelos del Niño Jesús, de Dios hecho hombre.

Sobrecoge la disparidad de criterios. Los grandes de este mundo, orgullosos de sus árboles genealógicos, recuerdan la importancia secular de sus linajes como si la gloria de sus antepasados pudiera contribuir a la de sus sucesores. En los subversivos criterios de Dios, los propios padres de María, Madre Inmaculada de Cristo, no merecen ni el recordatorio de unos nombres de pila; el Espíritu Santo no se toma la molestia de hacérnoslos saber, ¿para qué?, y delega esta información secundaria a las brumas inciertas, borrosas y pintorescas de los apócrifos.

San Joaquín y Santa Ana pertenecen así a lo más puro de la tradición espiritual: son gentes desconocidas que cumplieron admirable y calladamente su deber: por sus frutos les conoceréis: la Virgen, y luego desaparecieron sin más. Su recompensa no tiene por qué estar en los libros, ni siquiera en los Evangelios. Fueron piedras ocultas e indispensables en la colaboración con el plan de Dios.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

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