Fines de julio de 1941. En Auschwitz ha habido una fuga, y como represalia se elige al azar a unos cuantos prisioneros para que mueran de hambre. Uno de los designados es el sargento polaco Franciszek Gajowniczel, padre de familia. Entonces, alguien se adelanta ofreciéndose a ocupar su lugar. Soy «sacerdote católico», dice. Se llama Maximiliano María Kolbe. Días después, tras habérsele inyectado un veneno, muere consolando a sus compañeros agonizantes en vísperas de la fiesta de la Asunción.
El preso número 16670 de Auschwitz era un franciscano polaco nacido en Zdunska Wola, cerca de Lodz, que se ordenó en Roma en 1918 y que posteriormente se dedicó en su país al apostolado mariano: la revista El caballero de la Inmaculada y otras iniciativas análogas. La Gestapo le detuvo en 1939, a los pocos meses fue puesto en libertad y en 1941 se le volvió a detener para deportarle Auschwitz.
San Maximiliano Kolbe, de canonización tan próxima (octubre de 1982), es un contemplativo de los que parecen dedicados a lo que el mundo llama músicas celestiales. El llamado Loco de la Inmaculada se encontró en un lugar donde la historia se hace tragedia, y fue él, el fraile que vivía en las nubes, quien cambió su vida por la de un hombre desconocido que iba a morir. De no haber dado un paso al frente, nadie se lo hubiera reprochado. «Mártir de la caridad», como le llamó Pablo VI, no podía conformarse con rezos y palabras, el amor tenía que probarlo, como dice el Evangelio, dando la vida por sus amigos.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.