Esteban, bautizado en su adolescencia, era hijo de un duque y al quedar huérfano recibió del Papa Silvestre II la corona real siendo el primer rey de Hungría. Puso todo su empeño en cristianizar, consolidar y pacificar el país, y así su santidad personal se funde con la forja de un pueblo. Murió un 15 de agosto, en la fiesta que él llamaba «la Gran Dama de los Húngaros».
No son pocos los reyes del santoral: Fernando de Castilla, Luis de Francia, el alemán Enrique, Wenceslao de Bohemia , Eduardo el Inglés, Casimiro de Polonia, y no obstante debe de ser difícil. Política, espíritu, pompa y pobreza, ¿es todo esto conciliable? La tradición presenta a San Esteban levitando durante sus rezos, tal era el encendido fervor de sus oraciones, rasgo frecuente en la historia de otros hombres de Dios. Pero no sólo él, sino también su tienda en la que se encontraba, es decir, también su morada, lo que rodea y le alberga, también Hungría. Como si formara parte de la santidad del monarca la elevación de su reino.
¿Hay que incluir entre los deberes de un rey santo que haga santo a su país? Parece que sí. En su ascensión personal hacia Dios, San Esteban de Hungría no puede presentarse él solo, ha de llevar consigo al país, como el padre de familia a los suyos.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.