3 de septiembre. San Gregorio el Grande (540-604)

Todo parece derrumbarse: El Tíber se desborda, la peste diezma la ciudad, brotan las herejías por todas partes, desde el norte los lombardos amenazan con engullir Italia entera y los bizantinos resultan amos orgullosos e incómodos. Roma, humillada y desmoralizada, entre ruinas y grandes recuerdos, cree ver acercarse su final. Pero el pueblo elige por aclamación a un papa y santo llamado Gregorio.

Tiene cincuenta años, de familia patricia, perfectus Urbis, pero lo deja todo para hacerse benedictino. Más tarde será nuncio de Constantinopla, buena experiencia de la tortuosa diplomacia de Bizancio. Cuando lo eligen Papa, su primera reacción fue sobornar a unos mercaderes para que le ayuden a huir de Roma. No hay escapatoria. En estos tiempos de desolación y catástrofe («este mundo es una antorcha ya apagada» nos dice) será un Papa tan grande que adopta el título de «siervo de los siervos de Dios» para subrayar la humildad servicial del que ocupa la Silla de Pedro, y que rige la Cristiandad de un modo firme, inteligentísimo y eficaz.

Pacta con la fuerza bruta de los lombardos y para los pies a la altivez de Constantinopla, sofoca cismas, manda misioneros a Inglaterra, socorre a los desvalidos, exige piedad y pobreza a los religiosos, adoctrina a los fieles y ejerce muy bien la autoridad. Aunque su nombre va unido al canto llamado «gregoriano», sin embargo en la historia de la santidad San Gregorio el Grande representa sobre todo la primacía de lo espiritual que conlleva el secreto de manejar admirablemente las desdeñadas cosas terrenales.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

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