En su ciudad natal de Alejandría de Egipto, Teodora era una dama irreprochable de costumbres hasta que la tentó con su pasión un joven que al no conseguir sus propósitos recurrió a una vieja hechicera endiablada que con sus falsas razones la engañó y pervirtió para que consintiese. Tras el pecado, quedó tan triste y afligida que sólo pensó en hacer penitencia.
Se vistió de hombre y se fue a un monasterio donde suplicó al abad que la admitiese para purgar sus culpas. Allí, con el nombre de Teodoro, admiró a todos por el rigor de sus mortificaciones. Sin embargo, la moza de una posada cercana al monasterio acusó al falso monje de ser el padre del hijo que ella había tenido con un viajero. Teodora no quiso negarlo y el abad expulsó al supuesto monje. Ella se hizo cargo del niño y lo crió en soledad.
Siete años después se la volvió a admitir en la comunidad, aunque sin permiso para salir de su celda. Allí murió la penitente Santa Teodora y entonces, ante el estupor general, se descubrió su verdadera condición femenina. El niño que ella crió llegó a ser con el tiempo abad del mismo monasterio.
Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.