16 de septiembre. San Cornelio (…-253) y San Cipriano (200-258)

Dos contemporáneos de vidas convergentes. Uno, papa, romano, cristiano de cuna. Otro, obispo, cartaginés, converso a los cuarenta tras una vida poco edificante. A mediados del siglo III ambos, Cornelio como obispo de Roma, Cipriano como obispo de Cartago, colaborarán en la solución del drama de los apóstatas.

Las persecuciones habían hecho flaquear a miles de creyentes. Tras ellas, había que decidir cuál era la buena actitud con tanto apóstata. El clérigo Novaciano sostenía que era un pecado imperdonable y que la Iglesia no tenía poder para absolver y reconciliar a quienes tras haber renegado de su fe se decían arrepentidos. Dura sentencia. ¿Hay pecados imperdonables? El Papa Cornelio, interpretando el espíritu del Evangelio, se opuso a tal doctrina. Desde Cartago, Cipriano le apoyó con su autoridad y con su elocuencia de antiguo retórico. Gracias a ellos, las tesis de Novaciano no prosperaron y sin menoscabo de la fe se salvó la caridad para todos. En el fondo de la polémica se barruntaba la rebeldía del hijo fiel cuando el padre de la parábola sale a medio camino a recibir al pródigo.

Incomprendidas figuras las de los dos, hombres generosos de caridad sin distingos. «Que cojan sus armas los que han conservado intacta la fe, que los que cayeron se armen también para reconquistar lo perdido». Ambos en la prueba tuvieron la entereza de los fuertes: San Cornelio murió inflexible en el destierro. San Cipriano fue decapitado; antes ordenó dar veinticinco monedas de oro al verdugo por su trabajo.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

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