Nacida en Bermersheim, en el alemán Valle del Rin, Hildegarda («audaz en la batalla»), es la menor de diez hermanos siendo consagrada desde su nacimiento a Dios por decisión paterna. Vive desde niña entre oración y silencio, en el monasterio benedictino de Disibodenberg. Comienza a tener visiones, pero un día, con cuarenta y tres años, durante una sus visiones escucha una voz: «Di pues estas maravillas, y escríbelas tal y como te son enseñadas y dichas». Ella obedece y escribe.
Scivias, «Conoce los caminos», es su primera obra tras una década de escritura. En ella recoge lo que experimenta en sus visiones. Algunos fragmentos llegan a ser leídos por el Papa Eugenio III en el sínodo de Tréveris. Pero, además de continuar escribiendo, Hildegarda despliega una trepidante actividad: funda y dirige dos monasterios, atiende a enfermos y visitantes gracias a sus conocimientos médicos, dirige a sus hermanas monjas con entrega y dedicación, fruto de una ternura maternal, mantiene correspondencia con laicos y religiosos, prelados y gobernantes (el emperador Federico Barbarroja), compone música y realiza cuatro grandes viajes de predicación.
Todo en Santa Hildegarda resulta insólito: la fuerza de sus visiones, su inagotable espiritualidad y sus profundos conocimientos. Ella, que se había definido como indocta, es desde 2012 Doctora de la Iglesia, título otorgado por el Papa Benedicto XVI. Hoy continúa sorprendiéndonos por su inabarcable y perenne sabiduría.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.