Muy ignorante, a duras penas sabía leer y escribir, cerrado de mollera y además torpe. Aprender los trabajos más sencillos le costaba meses: le llevó mucho tiempo, se dice, distinguir el pan blanco del negro . Personaje simplón y ridículo, además de enfermizo y enclenque. Se llamaba a sí mismo, fray Asno. Los demás también le llamaban así, cuando no le colgaban unos sambenitos peores.
Cómo pudo ordenarse fue un milagro de la Providencia. Fue una verdadera calamidad, una de las personas más inútiles que se había visto en los conventos por donde pasó. Los capuchinos, que tuvieron la debilidad de aceptarle, acabaron por deshacerse de él, y los franciscanos, con quienes se quedó, se hacían lenguas de aquel caso inaudito de bobería. Pero Fray Asno sólo sabía obedecer, ser humilde, paciente, enamorado de Dios y devotísimo de la Virgen.
Negado para los estudios, pero a su alrededor florecían prodigios que atraían a multitudes y despertaban las suspicacias de la Inquisición. ¡Qué fraile más raro! ¡Un hombre que estaba continuamente en éxtasis elevándose en el aire ante multitud de testigos! Oía pronunciar el nombre de Jesús o de María, y fray José levantaba el vuelo. Es el funámbulo de la santidad, el santo aéreo. Patrón de los parias, de los que no sirven para nada, de los que no tocan con los pies en el suelo. Con su vida, San José de Cupertino quizá nos reproche ser tan útiles, hábiles y listos como nos empeñamos en parecer.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol