Nacido en San Severino de la Marca, Carlo Antonio Divini es un santo del dolor y la frustración. Varón de fracasos que desde la primera niñez solamente conoció adversidades y que malogró cada uno de sus intentos sucesivos de hacer lo que se proponía. Huérfano a los cuatro años, pobre, maltratado por los parientes que le acogieron, pareció que iba a encontrar en el claustro lo que el mundo le negaba, y en 1670 ingresó en un convento de franciscanos reformados.
Su camino parecía claro, ser profesor de filosofía, pero según él mismo «no se necesitan doctores, sino apóstoles» y pide una ocupación más activa. Sería predicador en tareas misionales, hasta que este servicio se le hace imposible por tener los pies hinchados y cubiertos de llagas. ¿Qué va a hacer un apóstol si no puede caminar? Dedicarse a la confesión, pero la sordera le impide ejercer este ministerio. Un confesor que no puede oír. Más aún, quedará ciego, ya ni celebrar misa, ni salir de su celda.
En este desamparo le falta incluso el consuelo de sus hermanos de religión, y el sacristán y el enfermero que le cuidan le maltratan de palabra y de obra, como acosándole en su último refugio. Así durante años hasta la muerte, como un nuevo Job, desposeído de todo excepto de paciencia y de amor a Dios. San Pacífico nos valga en esta época en la que el deseo más comúnmente expresado es el de «realizarse», él que fue la encarnación de un fracaso, del que hizo su gloria.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.