El Santoral reúne en este día a tres Santos que carecen de sustancia humana, los Arcángeles. Son un poco más que nosotros, más puros, más aéreos, más disponibles, pero también menos comprometidos con la tarea cotidiana de la difícil santidad en este mundo, tras rechazar el luciferino Non serviam.
Miguel, caudillo de los ejércitos más santos, capitán del Cielo, vencedor del dragón en el Apocalipsis, el arcángel guerrero que se enfrenta al amotinado Lucifer al grito de ¡Quién como Dios! que es lo que significa su nombre y que dice fidelidad, ya que es el prototipo de siervo leal y poderoso que ha de sostenernos con su fuerza. Es protector y defensor justiciero de los hombres asegurando en el Juicio Final que las almas den su peso de fe, esperanza y caridad en las balanzas, frente a las muecas del Maligno.
Rafael es el buen acompañante del hijo de Tobías, a quien conduce, sabio, cariñoso y firme, por entre las asechanzas del mal, hasta un feliz matrimonio y la curación del propio Tobías. Es el arcángel de los novios y casados, cómplice del amor que es una chispa del gran incendio divino que busca abrasarnos a todos en caridad.
Gabriel es el conmovido mensajero de la Anunciación, el primer cuerpo diplomático de la Historia, según el insigne José María Pemán, y sólo podemos imaginarle como le pintó Fra Angélico, de rodillas, según dicen: rubio, aureolado de belleza, con alas de mariposa celeste, rindiéndose ante la doncella que acababa de decir Hágase y comunicando el gran misterio de la Salvación.
Los tres nos valgan, capitán, guía y nuncio, para hacer la voluntad de Dios, que es la sabiduría. En la batalla, en el camino incierto y en la oscuridad del debate interior ellos están presentes.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.