Tras el derribo del muro de Berlín el primer movimiento de la izquierda fue esquivar cualquier ejercicio de reflexión. Menos aún, de reconocimiento del error. Hubo algunos amagos de revisión crítica, pero sin muestras de arrepentimiento. Como acertadamente dice Jean François Revel en su libro La gran mascarada, a comienzos de 1991 la intelligentsia de izquierdas, lejos de experimentar cierto remordimiento de conciencia, se afanó día a día en defender lo indefendible mediante argumentos y justificaciones que trataban de camuflar una tiranía bajo la máscara del Bien. Se diseñó una estrategia puramente dialéctica: al comunismo no hay que juzgarlo por sus actos, sino por sus intenciones. Su fracaso es, entonces, imputable al mundo, a la Humanidad, y no a la idea comunista. Puede que el modelo económico comunista sea nefasto, pero es el único sistema capaz de salvar al mundo del consumismo, del imperio del dinero, en suma, del liberalismo desenfrenado.
La carta de dimisión de Iñigo Errejón, el miembro más viril de la coalición gubernamental de Sánchez, tras la salida de Ábalos, es una copia fiel del manual dogmático que sigue todo ideólogo comunista: “Si fracasamos, la culpa es del empedrado”. En sus líneas de renuncia, el cadete soviético expresa lo siguiente:
En la primera línea política y mediática se subsiste y se es más eficaz, al menos así ha sido mi caso, con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros. Esto genera una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica, con compañeros y compañeras de trabajo, con compañeros y compañeras de organización, con relaciones afectivas e incluso con uno mismo. Yo, tras un ciclo político intenso y acelerado, he llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona. Entre una forma de vida neoliberal y ser portavoz de una formación que defiende un mundo nuevo, más justo y humano.
El personaje reconoce primeramente que para ser un político más eficaz ha tenido que adoptar unos comportamientos que le han llevado a ser tóxico, pero que una sociedad dominada por el patriarcado ha provocado la multiplicación de su toxicidad. En segundo lugar, alude a una contradicción entre una vida de neoliberal y otra de adalid de un mundo mejor. Es decir, que a pesar de su toxicidad y de su contradicción, la culpa es del patriarcado y del neoliberalismo. En conclusión, que los abusos sexuales de Errejón quedan santificados por sus buenas intenciones. Que él es un chico intrínsecamente bueno, pero extrínsecamente influenciable por una nefasta sociedad patriarcal y neoliberal, que le ha echado a perder. Y que el verdadero peligro para las mujeres es el patriarcado neoliberal.
Continúa afirmando Revel que tres rasgos han definido a la ideología comunista: negarse a reconocer los hechos, negarse a analizar la causa de los fracasos y vivir inmersa en la contradicción respecto a sus propios principios. Los mismos rasgos que traslucen las líneas de dimisión de Errejón: alienación (el patriarcado neoliberal está podrido), utopía (sigo siendo moralmente el mejor) y dogmatismo (certeza absoluta de lo anterior). La de Errejón, como la de todos los de su cuerda, es una auténtica impostura, propia de una hipocresía demagógica que le lleva a echar la culpa al empedrado.
Fuente gráfica: Fernando Sánchez. Europa Press.