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Esquizofrenia diabólica

En el período de entreguerras, mientras la democracia era un anatema, los totalitarismos estaban de moda. El nazismo hacía furor entre quienes veían en Hitler el mejor freno a la expansión del comunismo soviético. Al entusiasmo de los partidos europeos afines, se sumaba el agrado con que el jerarca nazi era visto por parte de la opinión pública y de los sectores industriales de EEUU. Hasta la revista Time le nombró personaje del año en 1938, por haber devuelto a Alemania a un lugar destacado en el concierto internacional. Sin embargo, ya por entonces ocurrían sucesos inquietantes bajo el régimen nazi. Cuando en 1945 se descubre el horror de los campos de exterminio, una ola de remordimiento sacudió la conciencia de muchos espíritus.

El comunismo estalinista con sus brutalidades y terror no le iba a la zaga al nazismo. Durante apenas dos años, de agosto de 1939 a junio de 1941, Hitler y Stalin fueron aliados. Incluso, el dictador soviético felicitó al alemán al tomar éste París en junio de 1940. Cuando se firmó el Pacto Molotov-Ribbentrop en 1939, la esquizofrenia se apoderó de muchos de los seguidores de uno y de otro totalitarismo. Cuenta Anne Appelbaum en El telón de acero que tras ese pacto con la Alemania nazi, el comunismo protagonizó el mayor ejercicio de incoherencia. De la noche a la mañana los partidos comunistas de todo el mundo recibieron la orden de atenuar sus críticas al fascismo y abandonar los frentes populares. La propia Komintern se sumió en la esquizofrenia y en Moscú se hicieron grandes esfuerzos para mantener la moral. Sería la invasión de la URSS por Alemania en 1941, la que devolvió el sosiego a la Komintern, que ordenó retomar los frentes nacionales con socialdemócratas, centristas y hasta capitalistas burgueses para derrotar a Hitler.

Una alianza contra natura que se prolongó en los frentes de batalla durante la II Guerra Mundial. Las democracias occidentales lucharon codo con codo con la URSS para derrotar a Hitler. Cuando se acercaba el final de aquella conflagración, Churchill, persuadido ya de cómo se las gastaban los soviéticos, pronunció una de sus clarividentes frases: “Hemos combatido a un demonio aliándonos con otro demonio”. La consecuencia fue una Guerra fría hasta que se derribó el muro de Berlín. Se recrea hoy un escenario demoníaco y plagado de contradicciones. Existe una corriente de opinión, extremista y antidemócrata, que enaltece a Putin como líder capaz de evitar la decadencia de una Europa engullida por el denominado “globalismo”, a cuya cabeza se situaría el siniestro George Soros. Afectados de esquizofrenia algunos justifican la terrible invasión rusa de Ucrania alegando que es un acto en legítima defensa. No nos vamos a asombrar ahora de la obra de albañilería laica que desde hace varios años viene diseñando la ONU a base de escuadra y compás. Y quizás Soros ande en ello. Pero mal hacen algunos aliándose con un diablo en su afán de combatir a otro diablo. Es doctrina cristiana que el fin no justifica las diabluras.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 10 de abril de 2022. https://www.elimparcial.es/noticia/237683/opinion/esquizofrenia-diabolica.html

Frankenstein

Cuando Sánchez viajó a Kiev a entrevistarse con Zelenski, lo primero que preguntó al verle fue “¿Qué tal duermes, Volodímir?” Antes de que el presidente ucraniano pudiera responderle, Pedro ya le estaba lanzando su perorata: “Yo no puedo dormir, Volo. No te lo vas a creer, pero para mi desgracia tengo sentadas en el Consejo de Ministros a dos insensatas comunistas que me están haciendo la vida imposible y no logro pegar ojo. Primero, me afearon que me pusiera de tu parte en esta guerra contra Putin. Luego, no apoyaron mi decisión de enviaros armamento, porque una medida así, dijeron, conduce a más muertes y a más sufrimiento. Fíjate, Volo, qué mujeres tan extrañas, la Montero y la Belarra, que no están de acuerdo con mi Gobierno, pero siguen en mi Gobierno. ¿A que no das crédito? ¿Recuerdas el día en que pronunciaste tu discurso ante nuestro Parlamento? Pues más de lo mismo. Mi Secretario de Estado para la Agenda 2030, otro disparatado comunista y, además, bolivariano, te negó el aplauso tras tus palabras y algunos de sus camaradas se ausentaron del acto, según ellos, por “conciencia antifascista” y te acusaron, agárrate Volo que vienen curvas, te acusaron de ser un peligro para la paz. ¡Tú un peligro para la paz! ¡Por Dios en qué mundo viven! Pero ¿cómo no ver la tremenda injusticia que Putin está cometiendo contra el pueblo ucraniano?

Pero no acaban ahí mis disgustos, en estos momentos en que he venido a mostrarte mi apoyo, jugándome la vida, Volo, como cuando visité aquella convulsa Barcelona, que tuve que llevar a mis escoltas armados hasta los dientes, resulta que a mis dos ministras disidentes no se les ocurre otra cosa que firmar, junto con toda esa tropa de radicales de izquierda, comunistas, proterroristas y separatistas, un Manifiesto por la Paz plena y duradera en Ucrania, en el que se cita solo al invadido, o sea a ti, pero no al invasor, como queriendo pasar por alto quién empezó la guerra. Sí, ya sabes, como esos panfletos pseudopacifistas muy al estilo de los soviéticos durante la Guerra Fría, que servían para que aquella ingenua izquierda europea danzara al son que marcaba el Kremlin, como verdaderos lobos bajo piel de cordero. Pues estos necios de ahora con las mismas ocurrencias de las de antes. Pero a mí, Volo, no me engañan. Que sé muy bien con quienes me la estoy jugando. Pero, claro, con tanta demagogia me sacan de mis casillas y no puedo conciliar el sueño. A duras penas, en el avión he logrado dar una cabezadita. Pero yo así no puedo. De verdad, créeme, Volo, no puedo más. Por cierto, Volo, hablando de otra cosa ¿quiénes llevan tu campaña de imagen? Porque francamente son muy buenos”.

Al instante Zelenski respondió: “Yo mismo cuido mi imagen procurando basarla en la coherencia, sin ser veleta, y en la verdad, sin ser farsante. Por cierto, Pedro, ¿Por qué en España te llaman Frankenstein, con lo apuesto que tú pareces?

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 24 de abril de 2022. https://www.elimparcial.es/noticia/238153/opinion/frankenstein.html

Ni verdad ni libertad

En plena dictadura nazi, durante una representación en Hamburgo del Don Carlos, drama escrito por Friedrich Schiller, al decir el Marqués de Posa: “Señor, conceded libertad de pensamiento”, hubo por parte del público un aplauso de varios minutos. Al día siguiente, el don Carlos fue retirado de todos los teatros de Alemania. Algo parecido ocurre en las actuales sociedades democráticas con esa tiranía censora de la corrección política que se dedica a acallar la libertad de expresión y a silenciar al discrepante de la mayoría. El resultado es un mundo en donde no se permite a la gente pensar ni decir lo que uno piensa, si no es manejando palabras, datos o información previamente acordada y validada por el ortodoxo discurso cultural dominante. De forma que si algún osado se atreve a pensar por cuenta propia y a decir lo que piensa, es declarado subversivo y proscrito, siendo cancelado y condenado al ostracismo y a la muerte civil. Sin duda, la corrección política dinamita la democracia porque fulmina la igualdad ante la ley, vulnera la libertad de expresión y anula la presunción de inocencia, piezas todas básicas en un Estado de Derecho.

¿Qué es, cómo surge y actúa este virus que está infectando la cultura de la milenaria civilización occidental? Como bien puntualiza Darío Villanueva en su obra Morderse la lengua. Corrección política y posverdad, “estamos ante una forma posmoderna de censura que, al menos inicialmente, no tiene su origen, como era habitual, en el Estado, el Partido o la Iglesia, sino que emana de una fuerza líquida o gaseosa hasta cierto punto  indefinida, relacionada con la sociedad civil. Pero no por ello menos eficaz, destructible y temida”. Con un sustrato ideológico de raíz netamente marxista, la corrección política nace en la década de los setenta en los campus universitarios de Estados Unidos, con el fin excluir ciertos usos lingüísticos considerados como tendenciosos contra etnias y minorías. Y lo que empieza como un movimiento de apariencia respetuosa hacia el multiculturalismo se convierte, según Michael Burleigh, en una ideología maniquea cuando “la izquierda hizo un cínico cálculo para crear coaliciones de víctimas”. Por eso, la llamada victimofilia ha sido uno de los cimientos más sólidos en la construcción de la corrección política. Aquel viejo grito de ¡Proletarios de todo el mundo, uníos! ha sido sustituido por otro más novedoso: ¡Oprimidos de todo el mundo, uníos! Y si ellos no se unen, se encarga de unirlos la teoría de la interseccionalidad, introducida en la década de los ochenta por la activista y profesora de Derecho, Kimberle Williams Crenshaw, que sostiene que “el racismo, el sexismo, la xenofobia, la transfobia y otras formas de opresión son el resultado de la intersección de diversas formas de discriminación”. Posteriormente, este fenómeno corrector de las palabras o guerra de las palabras, al decir de Sarah Dunant, comienza a impregnar grandes espacios de la vida pública, desde la política a la economía, pasando por la ciencia, la educación y los medios de comunicación. Se generaliza como una corriente en defensa de minorías, en concreto, raciales y sexuales, empeñada en viciar el lenguaje con tintes excluyentes y liberticidas y al servicio de intereses políticos. Y en un claro abuso de poder, sus partidarios, erigiéndose en histéricos e iracundos guardianes del idioma, atribuyen de forma autoritaria a las palabras el significado caprichoso y sectario por ellos deseado. Toda una ingeniería semántica al servicio de una forma de censura, pero también de dominación. ¡Qué razón tenía George Orwell cuando afirmaba que el lenguaje es una poderosa herramienta para cambiar la sociedad! Insiste en ello Ludwig Wittgenstein en su Tratado Lógico Filosófico al aseverar que “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. Hoy, la corrección política se ha convertido en una moda impuesta de forma implacable en Occidente por comisarios del lenguaje. Una auténtica tiranía presentada bajo falsa apariencia de progresismo y tolerancia. Tolerancia represiva propone Herbert Marcuse. Y es que bajo esa máscara se esconde todo un movimiento totalitario de ideología izquierdista, un bolchevismo cultural como lo define Edoardo Crisafulli, que, mediante la manipulación del lenguaje y el pensamiento único, anula libertades de expresión, de pensamiento, de conciencia, religiosa, de prensa, o de cátedra, siendo una seria amenaza para las democracias libres y pluralistas.

La finalidad de la corrección política es imponer un hombre nuevo, una nueva sociedad, en suma, una nueva cosmovisión con una cultura única y una ética única y, tal vez, pretender erigirse en una nueva religión, una especie de religión al revés. Ya lo afirma Douglas Murray en su obra La masa enfurecida: “La interpretación del mundo a través de la lente de la “justicia social”, de la “política identitaria grupal” y la “interseccionalidad” es quizás el esfuerzo más audaz y exhaustivo por crear una nueva ideología desde el fin de la Guerra Fría”. Lo que no logró Stalin con sus divisiones y tanques, conquistar y destruir Occidente, puede conseguirlo esta izquierda del siglo XXI que, desorientada tras perder sus banderas tradicionales en defensa de los intereses obreros, ha visto en la corrección política el caballo de Troya con que dominar las ciudadelas democráticas occidentales. A extramuros de la fortaleza, tres arietes, en complicidad con el intruso, intentan derribar los portones: la ideología de género, la memoria histórica y el mito del cambio climático. Tanto el caballo de Troya como los arietes son de pura fabricación marxista.  En este contexto, la corrección política es una eficaz herramienta que manufactura estereotipos para alterar la identidad sexual, desordenando el sistema de procreación natural, para manipular el pasado, reescribiendo la Historia y para atribuir categoría divina a la Tierra, alumbrando una religión sustitutoria. Se configura, así una nueva ¿vieja? Humanidad en la cual la identidad del grupo se superpone a la identidad individual, propio de las sociedades totalitarias moldeadas por el fascismo o el marxismo.

Asistimos a una batalla cultural que se está librando sobre un campo minado porque los corifeos de lo políticamente correcto han trucado las ideas por las emociones, los argumentos por la indignación y la racionalidad por la intimidación. Es la cultura de la queja, de la que habló Robert Hughes. Con ello, enrarecen la convivencia y la vida pública sembrando división y odio. Resulta muy difícil entablar una discusión civilizada con una masa indignada, histérica y vociferante que, además, emplea contra el disidente armas como la censura, la difamación, las campañas de desprestigios, los escraches, las provocaciones en las redes sociales, los bloqueos en plataformas, cuando no la violencia. Un modus operandi que, como sostiene Dave Rubin en No quemes este libro, “guarda escalofriantes similitudes con las tácticas adoptadas en la Alemania nazi. En esta deriva irracional y frenética, los apóstoles de la corrección política hacen pasar por verdades absolutas lo que son meros postulados ideológicos, falacias y sofismas, cuando no meras ocurrencias sin base científica alguna. En definitiva, eluden la verdad si contradice su relato. Precisamente, uno de las consecuencias más letales de la corrección política es el desprecio a la ciencia cuando ésta no sirve convenientemente como apoyo a sus dogmas. Es el mismo desprecio ejercido por el nacionalsocialismo hacia las evidencias científicas cuando éstas disentían de las falsas teorías de la superioridad aria.  

¿Cómo enfrentarse y combatir esta epidemia sobre el lenguaje y el pensamiento? Primeramente hay que hacer mucha pedagogía y ser didácticos con aquellas personas que, ya por buena fe, ya por miedo al aislamiento o exclusión, se autocensuran asumiendo las tesis de la corrección política. Fue precisamente Alexis de Tocqueville en La democracia en América el primero en observar cómo el miedo a ser aislado socialmente, indujo a las personas a omitir sus opiniones si éstas no coinciden con la mayoría. Y en segundo lugar, hay que actuar de forma organizada y con valentía para desmontar las mentiras e imposiciones con las que opera este fundamentalismo y superar así esa espiral de silencio a la que se refería Elizabeth Noelle-Neumann. Cuenta Vaclav Havel en su libro El poder de los sin poder, que en los regímenes comunistas “el individuo no está obligado a creer todas estas mistificaciones, pero ha de comportarse como si las creyera, o por lo menos, tiene que soportarlas en silencio o comportarse bien con los que se basan en ellas. Por tanto, está obligado a vivir en la mentira”. En una sociedad libre las personas tienen derecho a sostener las ideas que deseen, aunque resulten diferentes a las de la mayoría. Y ésta debe respetar ese derecho. Raymond Aron sostenía que una de las diferencias entre los sistemas democráticos y las dictaduras era el respeto a las minorías en los primeros, que estaba ausente en las segundas. Es necesario defender la libertad pero también la verdad. En las actuales circunstancias, adquieren vigencia las palabras de Roger Scruton: “el concepto de verdad desaparece del paisaje intelectual y se sustituye por el de poder”. Hoy, cuando la crisis de la verdad es la crisis de la libertad, no debiéramos olvidar que la verdad nos hace libres.  

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en la revista Demos el 2 de abril de 2022 https://revistademos.com/

Puertas al campo

A pesar de sus dramas, las gentes del campo son alegres, perseverantes y acogedores. Se levantan siempre después de una caída. Su fe es recia y su hospitalidad sincera. Si con la poca ayuda que reciben, logran productos buenos y de calidad, ¿a dónde llegarían nuestra agricultura y ganadería con un poquito más de apoyo y atención de nuestros políticos? Si no fuera por la agricultura, la ganadería o la silvicultura o, incluso, la práctica cinegética, España hoy sería muy distinta a como la vemos. Unas zonas serían un erial o un desierto; otras estarían invadidas por bosques y matorrales impenetrables. Y es que resulta notable la aportación de las actividades agropecuarias al equilibrio medioambiental, y su contribución a una potente industria agroalimentaria que día a día exporta más productos de calidad: aceite, vino, frutas y hortalizas, productos lácteos, carne porcina… Y lo hace a todo el planeta.

Hoy los desafíos del mundo rural son la despoblación y el imparable avance de la tecnología. Abordando ambos se puede afrontar con mayores garantías de éxito ese otro factor indispensable: El talento humano, es decir, la creatividad, el conocimiento, el emprendimiento de las gentes del campo, que lo tienen y mucho. Dotar de tecnología al campo implica favorecer la creación de nuevas industrias agrarias y ganaderas en los pueblos, facilitar el surgimiento de nuevas empresas y proyectos innovadores que revitalicen y dinamicen la vida económica y social en las zonas rurales. Es, en definitiva, poner las condiciones para que el medio rural no esté deprimido, sino que se desarrolle y sea lo suficientemente atractivo a fin de que la gente quiera vivir en el campo y éste se repueble para recuperar toda su potencia y todo su compromiso social y económico.

El sector agropecuario es un sector estratégico que no puede regirse exclusivamente por consideraciones de mercado. En él concurren condicionantes que no se dan en ningún otro sector: riesgos meteorológicos: sequías, inundaciones, granizo, heladas, vientos… y riesgos biológicos: plagas, pestes o enfermedades en los animales. A ellos, se suma otro más: el sanchismo. Salió Sánchez escaldado de Castilla y León, región agropecuaria por antonomasia en España, y ahora su obsesión le hace ver ultraderechistas allí donde la gente no piensa como él: todo el campo viste de azul mahón. Su gran error es ignorar al productor y despreciar a su familia. La mejor prueba de progreso social es defender a los agricultores, ganaderos y a quienes viven del campo porque con ello nos estamos defendiendo todos.

Menos viajar en Falcon y más contacto con la gente cercana y entrañable del campo. A Sánchez le falta aprender cómo la remolacha ha sido atacada por la pulguilla, qué es el panizo de Daimiel, degustar ese pan de tres libras que la Eusebia cuece los sábados, ver muy de mañana cómo se alza el puesto de melones de la carretera y conocer lo tragón de pura cepa que es nuestro ahijado Juanón Lo que no debe hacer Sánchez es poner puertas al campo.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 20 de marzo de 2022. https://www.elimparcial.es/noticia/236941/puertas-al-campo.html

Desiertos de hielo

No es descabellado afirmar que las actuales sociedades occidentales viven sin una sólida base espiritual. Sometidas a la indiferencia religiosa y a la total irrelevancia de Dios, han ido desprendiéndose de la memoria y herencia cristianas. El resultado es la decadencia de unas sociedades sin valores, desfondadas y frías que transitan por desiertos de hielo.

La cultura que emerge en un escenario así es una cultura materialista y consumista con un desmesurado afán por el hedonismo, la eficiencia y el progreso, lo que impide toda manifestación de espiritualidad. Es, asimismo, una cultura agnóstica aderezada con el ingrediente relativista, que confunde la tolerancia con el todo vale. El riesgo es la quiebra de cualquier principio o valor, no ya cristiano, sino, simplemente, ético. Es además, una cultura manipuladora que solapa y oculta el conocimiento y la verdad mediante la información amañada. Es, por último, una cultura sectaria que se confía a la tiranía de la corrección política, impidiendo la discusión crítica y profunda de lo principal, centrándose en lo accesorio a fin de no herir sensibilidades y desactivar sentimientos y hasta pensamientos. Con una cultura así no resulta extraño que las sociedades actuales no protejan ni favorezcan la vida, sino que, al contrario, justifican y toleran su desaparición. Desasisten a la familia, y, en cambio, priman a realidades que nada tienen que ver con la institución familiar. Gratifican al inepto y al liviano, marginando al sacrificado y al tenaz. Favorecen el éxito rápido y el triunfo fácil, olvidando la laboriosa trayectoria del voluntarioso y del constante. Aplauden lo obsceno y lo vulgar y arrinconan lo digno y lo noble.

Mal haríamos si una sociedad como la descrita y una cultura como la expuesta nos domesticase y nos convirtiera en una cofradía de ausentes. Antes, al contrario debemos mostrar nuestro coraje y nuestra fe, aun a sabiendas que ni vamos con la moda ni con el discurso cultural dominante. Debemos manifestar nuestra coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Exteriorizar nuestra admiración por las cosas verdaderas, bellas y buenas de la vida, así como nuestra emoción con las alegrías y los sufrimientos de los demás. En definitiva, en el mundo de hoy debemos saber renunciar a lo fácil, a lo zafio y a lo pasajero, y levantar la bandera de la esperanza. Esperanza que nace de la mirada al infinito y de la fidelidad a una palabra, a pesar de tanta hostilidad y tanto menosprecio.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 6 de febrero de 2022. https://www.elimparcial.es/noticia/235393/opinion/desiertos-de-hielo.html

Comisarios del lenguaje

Uno de los instrumentos más importantes manejados por el poder político a lo largo de la historia para imponer sus pretensiones a los ciudadanos es el lenguaje, la palabra. Por eso, el dictador soviético Stalin solía decir que “de todos los monopolios de que disfruta el Estado, ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario”.

Las teorías estalinistas son confirmadas por el escritor Jean François Revel, que en su libro “El conocimiento inútil” sostiene que todos los dictadores han sido raptores de la enseñanza y la prensa, dos ámbitos en donde la manipulación del lenguaje causa verdaderos estragos.

Las narraciones de la novela de George Orwell, titulada “1984”, sobre la manipulación de las palabras y la deformación de la historia, lejos de ser ciencia ficción, se aproximan, a pasos agigantados, a la realidad.

Editorial del programa Entre líneas, presentado y dirigido por Raúl Mayoral Benito en la cadena de televisión Popular TV el 12 de octubre de 2004.

Lo verosímil no es verdadero

En las horas posteriores al terrible atentado del 11-M, y cuando ya se abría paso la autoría del terrorismo islámico, un emisora radiofónica informó sobre la existencia de un terrorista suicida entre los fallecidos que viajaban en los trenes de cercanías.

Era una noticia verosímil. Gran parte de los atentados que los terroristas islámicos causan contra sus objetivos, se comete por fanáticos que se suicidan, muriendo, según ellos, por y en nombre de Alá. Por tanto, resultaba verosímil que unos terroristas islámicos atentaran en España mediante el método del fanático suicida.

Sin embargo, a medida que avanzaban las investigaciones sobre el atentado y sus autores, la tesis del terrorista suicida iba perdiendo credibilidad. Finalmente, la noticia resultó no ser cierta. Hoy, la opinión pública asume que aquella noticia no era verdadera. Incluso, la emisora que la emitió reconoció posteriormente que no hubo terroristas suicidas en el atentado del 11-M.

Lo que comenzó siendo una noticia verosímil, jamás llegó a convertirse en verdad.

Editorial del programa Entre líneas, presentado y dirigido por Raúl Mayoral Benito en la cadena de televisión Popular TV el 5 de octubre de 2004.

Ni mentiras ni exageración

En la película Con la muerte en los talones, de Alfred Hitchcock (1959), el protagonista, Cary Grant, que interpreta a un alto ejecutivo del mundo de la publicidad, dice que “en su profesión, la palabra mentira no existe; en su lugar, se emplea el término exageración”.

Un vistazo al tratamiento informativo que los diarios nacionales realizan de las noticias y hechos lleva a preguntarnos si en el mundo del periodismo sucede lo mismo que en la publicidad, como decía el personaje de la obra de Hitchcook. Si la respuesta a este interrogante es afirmativa, y creo que lo es, solo que en vez de publicidad, hay propaganda, no habría opción para Thomas Jefferson, cuando dijo aquello de “si tuviera que elegir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría ni un momento en quedarme con esto último”. Tras el desolador panorama del periodismo patrio, que miente exagerando, no cabe elección. De hecho, todo periódico publica al días dos verdades absolutas y una relativa: la fecha y el precio, en el primer caso, y el pronóstico meteorológico, en el segundo.

Lamentablemente, esa desolación se traslada a la opinión pública, pieza fundamental para el buen funcionamiento de una robusta democracia. Y es que, no puede haber auténtica democracia participativa, si los ciudadanos no están en condiciones de emitir juicios críticos ni objetivos. Para que la opinión pública ejerza como tal en democracia, es preciso que la información recibida sea veraz y completa. Sin embargo, ¿recibimos información veraz? ¿son creíbles nuestros medios de comunicación? ¿existe hoy una opinión pública con criterio ?

Dicen que no conviene abrumar al lector con preguntas, sino brindarle respuestas. Lograr que la opinión pública esté más y mejor informada, disponga de criterio propio, ejerza el hábito de la reflexión y sea rigurosa con los medios de comunicación, exige, previamente, dos condiciones: primero, que el periodismo deje de ser puro negocio y asuma su responsabilidad social, es decir, publique información contrastando y verificando las fuentes, y diferencie esa información de la opinión, y, segundo, que se tenga muy claro que la información ni pertenece al poder ni tampoco a los medios. La información adquiere su verdadero significado y su verdadera esencia en los ciudadanos.

Cumpliendo estos presupuestos, Thomas Jefferson podría volver a elegir, y a nadie se le ocurriría equiparar el mundo de la información al de la publicidad, o lo que es lo mismo, a la propaganda.

Editorial del programa Entre líneas, dirigido y presentado por Raúl Mayoral Benito en la cadena de televisión Popular TV el 28 de septiembre de 2004.

Mentira, capital Moscú

El afán expansionista de Rusia no viene de ahora. Ni siquiera de la época de los soviets. Sino de siglos y siglos de conquistas territoriales que empezaron con Pedro I el Grande y acabarían conformando todo un Imperio, la denominada Rusia imperial de los zares, que finaliza con Nicolás II, depuesto por la revolución bolchevique. En 1853, se preguntaba Carlos Marx si el gigante ruso se detendrá en su marcha hacia el dominio mundial. Sostenía el pensador que los límites naturales de Rusia van de Dantzig o del mismo Stettin hasta Trieste, y sus directores harán lo imposible por agrandar estas fronteras. Rusia no tiene más que un adversario: la potencia explosiva de las ideas democráticas y el anhelo innato de la Humanidad hacia la libertad. Marx hablando sobre democracia y libertad, sí. Y también sobre el expansionismo ruso.

De Marx puede asegurarse que fue un flaco profeta al considerar a Rusia el país más inasequible al comunismo. Dijo que el marxismo no podría triunfar en Rusia, y fue allí donde se implantó primero. Aseguró que por la fuerza de las leyes históricas se impondría, en cambio, en las naciones occidentales, como más industrializadas y con más alto nivel de vida y es allí en donde el comunismo siempre ha fracasado. Ya con Lenin en el Kremlin continuó esa tendencia nacionalista, ahora internacionalista, de expansión conquistadora. En 1924, con el régimen bolchevique intentando asentarse, Rusia pretendió crear los Estados Unidos de Asia con capital en Moscú, incluida China. Por eso, los soviéticos vieron siempre con reparo el nacimiento de un Estado comunista en China, un país de vastas dimensiones y abundante población, que hacían para Rusia muy difícil el manejo de dicha nación como satélite, sin, ni siquiera, un despliegue cómodo de tropas soviéticas en aquellos territorios tan alejados del Kremlin. Hoy Rusia y China son grandes aliados.

La especialidad más definitoria de la Unión Soviética como método de gobierno y dominación fue propalar mentiras y generar manipulación. Día tras día, primero, la GPU y, luego, el KGB se dedicaron a hacer un colosal acopio de falsedades para destruir vidas y haciendas. Fue derribado el comunismo, pero en Moscú continúan conservando las mismas mañas. De casta le viene a Putin. Solzhenitsyn, gran conocedor del terrorífico régimen soviético escribió en 1973: “No olvidemos que la violencia no existe ni puede existir por sí sola: está infaliblemente entrelazada con la mentira. Unen a ambos los lazos familiares y más profundamente naturales: la violencia no puede encubrirse con nada, salvo con la mentira; y el único sostén de la mentira es la violencia. Todo aquél que una sola vez ha proclamado como método la violencia, inexorablemente deberá elegir como principio la mentira”.

En su Diario fin de siglo, Jean François Revel sostiene que “todavía tenemos demasiado arraigadas pese a la victoria de las democracias, las deformaciones intelectuales del totalitarismo. La democracia no habrá ganado del todo mientras mentir siga pareciendo un comportamiento natural, tanto en el ámbito de la política como del pensamiento”.

Artículo publicado pro Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 28 de febrero de 2022. https://www.elimparcial.es/noticia/236209/mentira-capital-mosc.html

¿Dónde están las llaves?

Junto al virus covid con sus múltiples cepas y variantes, pulula entre los estertores de esta postmodernidad otra pandemia igualmente dañina para la higiene moral del hombre. El relativismo. Una tiranía del “todo vale” que resulta beligerante y excluyente contra la libertad y la igualdad. Un absolutismo consistente en aceptar como válidas todas las opiniones, aún las de los necios e imbéciles. Un narcótico que aturde a la ciudadanía y acaba por anestesiarla permaneciendo una gran mayoría de gente como sumida en la ignorancia y en la confusión cuando no en el engaño.

Aciaga época ésta en que las diferencias entre lo verdadero y lo falso, entre lo bueno y lo malo dejan de existir porque todo es relativo. Se decreta la ausencia de certezas y se niega la existencia de la verdad objetiva. Y si no existe la verdad, tampoco existe la mentira. ¿A quién beneficia esta trama tan irracional? Al gobernante aspirante a totalitario. El relativismo, que ni afirma ni niega nada, suele presentarse bajo una forma buenista de pluralismo. Incluso, tergiversa su significado convirtiéndose en sinónimo de pluralismo y tolerancia. Otra manipulación más. Primero, porque relativismo y pluralismo son diferentes. Segundo, porque no se puede tolerar el mal ni la mentira.

Descendiente directo de la casta relativista es la corrección política o ideológica, feo hábito de adulteración de la realidad mediante mercancías de contrabando. Quienes lo practican ocultan las verdades que incomodan a sus relatos, practican la violación de normas jurídicas, morales y hasta científicas y exigen tolerancia y ausencia de límites para atacar y combatir los argumentos e ideas de quienes no piensan como ellos. En cambio, cuando otros cuestionan sus propias tesis actúan como déspotas y dogmáticos cancelando la libertad, impidiendo el debate y tratando de imponer de forma absoluta “su” verdad. Consecuencia directa de su desfachatez intelectual y de su anemia moral es el empleo de una doble vara de medir, ese doble rasero que acarrea un enjuiciamiento sectario e incoherente de ideas y pensamientos. Y así, muchas voces oprimidas por el complejo se convierten en eco.

La socióloga norteamericana, Anne Hendershott, sostiene que los relativistas rechazan conceptos como el bien y el mal y una sociedad que se resiste a condenar actos que nuestro sentido común nos dice que son destructivos (aborto o eutanasia), es una sociedad que ha perdido la capacidad de enfrentarse al mal. Como decía el presidente Lincoln se puede engañar siempre a unos pocos o a muchos. Se puede engañar un tiempo a todos. Pero es imposible engañar siempre a todos. Y es que como afirma Erich Fromm el hecho de que millones de personas compartan los mismos errores o las mismas mentiras no convierte éstos en aciertos o verdades. Por eso nunca logró Goebbels convertir en verdad una mentira mil veces repetida. Resulta que antes se atrapa a un relativista que a un cojo. Parafraseando al Papa Pablo VI, el relativista es quien sale de casa y pierde la llave para volver.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 19 de diciembre de 2021. https://www.elimparcial.es/noticia/233783/opinion/donde-estan-las-llaves.html