Muchos problemas relacionados con el progreso de la Humanidad son resueltos a velocidad impresionante pero somos incapaces de erradicar la violencia contra la mujer. Ese terrorismo doméstico de móvil antihumano y ferozmente egoísta que actúa sin piedad y sin ideología. El ser humano, perito en aprovechar hábilmente recursos materiales y naturales, es el único ser de la creación para el cual está abierta la vía del progreso, que se basó, primeramente, en la sustitución de la energía muscular de la persona y las bestias por la obtenida en plantas motrices térmicas e hidráulicas. Motores, máquinas o vehículos influyeron décadas en nuestro vivir y guerrear como también la energía eléctrica lo ha venido haciendo y la energía nuclear lo hace y hará. La energía es puntal de nuestra existencia. Pero sostén decisivo de la vida humana es la mujer. Símbolo del precursor, de su audacia, visión, y perseverancia. Un valor para la renovación del mundo y sin el que la Humanidad no existiría.
El frenético desquiciamiento del hombre con su tiránica pretensión de usar y abusar como rehén de lo femenino desahogando sus más bajos impulsos aniquila la vida de muchas mujeres y agita las entrañas de la familia. La extensión de este mal es ya una infección social. No saber combatirla revela el estrepitoso desmoronamiento de nuestra conciencia social. Creíamos asentar la convivencia sobre paramentos sólidos cuando son cimientos quebradizos. Al peligro de la violencia contra la mujer no debemos sumar otro más: el de la indiferencia colectiva. La solución es una buena educación y un sincerísimo sentido humano de la existencia. Un espíritu de frío y desolado egoísmo emerge cegado por apetitos materiales y por una filosofía de vida desviada de los criterios más elementales sobre el bien y el mal. Miseria material y espiritual que trunca vidas en acto y en potencia al ser fuente de vida el seno femenino.
Lo femenino es ternura (instinto maternal, el más tierno de los instintos), delicadeza y sensibilidad. De un libro en el que se exaltaba la sensibilidad femenina dijo Azorín que no podía ser libro de decadencia. La mujer tiene desde siglos una vocación piadosa y compasiva, con su presupuesto de lágrimas. ¿No son ilustres muchas mujeres anónimas, entregadas a la constancia y a la abnegación, que saben con generosidad, sobriedad y discreta energía sacar adelante otras vidas? Con su duro aprendizaje de esa responsabilidad y de las tareas que impone la primacía de ser madres, trabajan sin descanso para hacer más felices a los que han de vivir. Pacífica misión de plenitud en la incertidumbre de la noche y del amanecer en forma de vigilia y duermevela, madres de atento espíritu, de vocación irresistible y de abnegada dedicación a una tarea sembrada de riesgos. Con su claridad del juicio, sutileza mental y prudencia ponderada, la mujer demuestra ser una inteligencia nacida al soplo de Dios, sólidamente acorazada y difícilmente vulnerable, pero al mismo tiempo delicada e ingrávida, con esa gracia que sólo consigue la rosa, símbolo de la belleza y de la fragilidad. La mujer dice mucho por lo que es, dice más por lo que tras de ella se adivina. Siempre espera el elogio más cumplido aunque sea el más sobrio. Siempre rebosante de energía para sostener el mundo.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 26 de noviembre de 2017. https://www.elimparcial.es/noticia/184055/opinion/la-energia-de-la-mujer.html