El escritor François Mauriac visitó un convento de benedictinos en el Midi francés. Fue recibido con todos los honores entre la comunidad y el superior le agasajó con una amable invitación a comer. Terminado el almuerzo, Mauriac preguntó:
¿Me permite usted fumar, padre?
Lo lamento muchísimo mi querido maestro, – respondió el superior -; pero nuestra regla prohíbe fumar en el refectorio.
Entonces, ¿Qué significa eso? – dijo Mauriac, señalando un cenicero lleno de colillas e insistiendo tenazmente en su propósito.
El superior sonrió y dijo:
Eso lo han hecho otros visitantes que no teniendo la misma educación que usted, maestro, no han pedido permiso.
Ante tan fina diplomacia, Mauriac se dio por vencido.