La Historia es sueño

Desde el 1 de septiembre de 1939, inicio de la II Guerra Mundial, hasta el 9 de noviembre de 1989, en que se derriba el muro de Berlín, transcurren 50 años, dos meses y ocho días. En ese período de tiempo, minúsculo en comparación con casi dos mil años de nuestra era, el mundo conoció hasta tres órdenes internacionales diferentes: el surgido de la Paz de Versalles, que Hitler se propuso dinamitar; el del enfrentamiento de dos bloques ideológicamente antagónicos, que ocupa gran parte de ese medio siglo, pero que entre otros episodios, facilitó la Declaración Universal de Derechos Humanos y permitió el descubrimiento de la Unión Europea; y, por último, el orden de la distensión que, con la legendaria perestroika de Gorbachov, nos llevaría al llamado “fin de la Historia”, hoy difuminado y superado por nuevos e inquietantes cambios. En ninguna época de la Historia, ha transcurrido un medio siglo tan convulso y saturado de decisivos acontecimientos causantes de profundas transformaciones en el caminar de la Humanidad. Cuando se observa el pasado, la Historia aparece como inexorable y nos preguntamos, parafraseando a Calderón de la Barca, si todos aquellos sucesos fueron realidad o un sueño.

La II Guerra Mundial fue propiciada por el pacto Molotov-Ribbentrop de 23 de agosto de 1939, por el cual Alemania y la URSS se repartieron Polonia, Rumania, Finlandia y los Estados Bálticos. El 1 de septiembre comienza de forma trágica y cruenta la liquidación del orden surgido del Tratado de Versalles, que deparará, a su vez, la muerte de millones de seres humanos y la destrucción de gran parte del continente europeo. Los nazis orquestaron ese derribo cruzando la frontera polaca, pero en su empeño Hitler encontró un aliado inconcebible: Stalin. Tras el fin de la contienda en 1945, se abre paso un nuevo orden mundial, que afecta especialmente a Europa, que permanecerá partida en dos por muros y alambradas hasta 1989. Con la libertad de un lado y el totalitarismo enfrente, cada bloque contará con su propio orden político, económico y hasta moral: plural y libre, uno; y monolítico y tiránico, en los peligrosos confines soviéticos. Hasta que acontece un hito que resulta albor de una etapa: el derribo del muro de Berlín y, con ello, la derrota final del totalitarismo comunista. A Churchill siempre le resultó claro, incluso antes de finalizar la contienda, que la URSS era un peligro mortal para el mundo libre. Y un general como Patton, siempre afirmó refiriéndose a Rusia, que EEUU se había equivocado de aliado; de ahí su obsesión por continuar avanzando con sus tanques hasta Moscú, tras la caída de Berlín.

La gris, fría y opaca Europa del Este (término no geográfico, sino político), iniciaría su andadura por el camino de la libertad. Los restos de aquél infamante muro son hoy vendidos como un souvenir a turistas. Pero en lugares próximos al espacio que ocupó aquella mole de hormigón, perduran imborrables monumentos en recuerdo de quienes huyendo del comunismo prefirieron morir en su intento de alcanzar la libertad a vivir bajo la tiranía. El muro simbolizó el espíritu de todos los berlineses: el de los occidentales para ser libres y el de los orientales para lograr la libertad.

En ese depósito de lo viviente y lo palpable que es la memoria histórica tengamos además presente la relevancia de otro año cuya última cifra también es 9. A propósito de lo ya descrito, recordemos que en 1949, una de las estudiosas más notable de los regímenes totalitarios, Hannah Arendt, publica su magistral libro Los orígenes del totalitarismo. En él define a éste como una forma novedosa de gobierno propiciada por la llegada de la modernidad e identifica como ejemplos a la Alemania hitleriana y a la Rusia soviética. Según la autora, la destrucción de las sociedades y las formas de vida tradicionales habrían creado las condiciones necesarias para la evolución de la personalidad totalitaria de hombres y mujeres cuya identidad dependía por completo del Estado. El Papa Benedicto XVI afirmó que la absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo. No libera al hombre, sino que le priva de su dignidad y lo esclaviza. En tiempos de ramalazos totalitarios guiémonos por la exhortación de San Pablo a los Gálatas: perseverar en la libertad.

Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 2 de septiembre de 2019. https://www.elimparcial.es/noticia/204502/opinion/la-historia-es-sueno.html

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