Sabíamos que la camar-ada Colau detesta a la Iglesia católica y a la Monarquía. No que también aborreciese a Miguel de Cervantes y a Garcilaso de la Vega, hombres de letras y de armas. Ambos usaron la pluma para escribir prosa y verso y emplearon el acero para servir a su patria. De haber sido coetánea de tan magistrales y marciales escritores, Colau y sus hordas les habrían acosado con un escrache imponiéndoles la separación de espacios; como si la educación y la cultura fueran incompatibles con la milicia. ¡Cuánto saber, disciplina, honor y ética encierran las Reales Ordenanzas! Gracias a ello perduran los ejércitos. ¡Cuánto de estos principios escasea en algunos regidores municipales! Tanto de los que había como de los emergentes. Los nuevos pretenden hacernos creer que llegan con resplandores de aurora de tonos rojos, pero éstos no se deben precisamente al reflejo del sol. Esta revenida izquierda decimonónica, que nos asfixia con su insoportable olor a formol, esconde tras la máscara de su postizo pacifismo y su cosmético antimilitarismo la nostalgia por un ejército a su gusto. De tipo partidista, movilizado por consignas políticas y no castrenses, y capitaneado por comisarios políticos como el que fundó Trotsky en 1918, sometido después por Stalin a una constante depuración en aras del partido. A los bolcheviques les ha costado siempre entender que, en ocasiones, las armas pueden ser heraldos de paz; que los ejércitos pueden erigirse en garantía de libertad, precisamente, cuando la paz y la libertad estuvieron amenazadas por el Ejército rojo en el pasado siglo.
La Constitución española consagra la constitucionalidad de nuestra milicia al recoger en su artículo 8 que “las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. Hoy en España el Ejército sirve al Estado de Derecho. Es una institución demócrata, porque garantiza y promociona la democracia. Afortunadamente, ni sus procedimientos ni su toma de decisiones son democráticos, porque un general no se elige mediante una votación ni tampoco la tropa vota por que se conquiste o no una colina. No solo por su inserción en la Carta magna debieran ser respetadas nuestras Fuerzas Armadas. También porque nuestros soldados atesoran el valor de derramar su sangre por su bandera, cualidad que nos parece heroica y admirable a quienes no abrigamos recelos ni suspicacias propias de una ideología rencorosa.
La alcaldesa de Barcelona cometió una falta de respeto hacia una institución que es parte esencial del ordenamiento constitucional, ya que es su garante. Su actitud miserable, otra más, es propia de un pésimo partidismo, sectario, miope y anclado en el pasado. Quizás la alcaldesa sufrió la traición de su subconsciente y se creyó un comisario político. La camar-ada Colau depurando oficiales.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 13 de marzo de 2016. https://www.elimparcial.es/noticia/162672/opinion/camarada-colau.html