A su regreso de Moscú, el jefe de un koljós cuenta a los trabajadores de la explotación colectiva los enormes progresos urbanos de la capital soviética. “He visto, dice, grandes barrios con rascacielos modernísimos con todo confort habitados por obreros”. Uno de los campesinos le replica: “Pues yo no vi nada de eso cuando estuve el mes pasado en Moscú”. El jefe del koljós le responde severamente: “Debiste callejear menos y leer más los periódicos del Partido”.
El comunismo no solo fue un vasto sistema de represión y muerte, también un perverso modelo global de falsedad y manipulación. Disparates como los siguientes certifican el metódico y sistemático empleo de la mentira. El 28 de agosto de 1949 se cumplía en Alemania el bicentenario del nacimiento de Johann Wolfgang Goethe, que además había nacido en Weimar, ciudad de la Alemania del Este. El Partido Comunista, el Ministerio de Cultura e, incluso, la Stasi, la policía secreta del Estado, iniciaron una campaña casi desesperada para reivindicar que esa aristocrática figura de la Ilustración era una suerte de protocomunista. Planearon un elaborado festival para mostrar a Occidente que a los comunistas les importaba más la alta cultura que a los capitalistas. Un funcionario del Ministerio de Cultura llegó a decir en un discurso: “Si miráis en la obra de Goethe veréis que siempre trabajó en favor del materialismo dialéctico marxista sin darse cuenta de ello”. En 1952, el departamento de propaganda del Comité Central del Partido Comunista polaco entregó un panfleto a agitadores del Partido que contenía consignas como estas: “Los imperialistas americanos están reconstruyendo la Wehrmacht neonazi y preparándola para invadir Polonia, mientras que la URSS ayuda a los polacos a desarrollar tecnología, cultura y arte”.
El totalitarismo soviético hizo del cinismo su recurso supremo, hábilmente aprovechado en proporciones descomunales y sabiamente combinado con el momento oportuno de acuerdo con la mejor técnica comunista. El resultado: añagazas para embaucar a las masas, temerosas en su gran parte, y sobre todo, para controlar absolutamente el poder. En 1948 los comunistas de la Europa del Este abandonaron sus intentos de adquirir legitimidad a través de un proceso electoral y dejaron de tolerar cualquier forma de verdadera oposición. En todas partes se siguieron estos patrones: eliminación de los partidos derechistas o anticomunistas, destrucción de la izquierda no comunista y, después, eliminación de la oposición dentro del propio partido comunista. No por ello la política fue clausurada en las llamadas democracias populares. Sin embargo, la política se había convertido en algo que se desarrollaba, no entre varios partidos, sino en el seno de un único partido. Y así se mantendría hasta el derribo del muro de Berlín en 1989.
En su Diario fin de siglo, Jean François Revel nos advierte de que “todavía tenemos demasiado arraigadas, pese a la victoria de las democracias, las deformaciones intelectuales del totalitarismo. La democracia no habrá ganado del todo mientras mentir siga pareciendo un comportamiento natural, tanto en el ámbito de la política como del pensamiento.”
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 25 de abril de 2021. https://www.elimparcial.es/noticia/224819/opinion/lecturas-jurasicas-iii.html