No es descabellado afirmar que las actuales sociedades occidentales viven sin una sólida base espiritual. Sometidas a la indiferencia religiosa y a la total irrelevancia de Dios, han ido desprendiéndose de la memoria y herencia cristianas. El resultado es la decadencia de unas sociedades sin valores, desfondadas y frías que transitan por desiertos de hielo.
La cultura que emerge en un escenario así es una cultura materialista y consumista con un desmesurado afán por el hedonismo, la eficiencia y el progreso, lo que impide toda manifestación de espiritualidad. Es, asimismo, una cultura agnóstica aderezada con el ingrediente relativista, que confunde la tolerancia con el todo vale. El riesgo es la quiebra de cualquier principio o valor, no ya cristiano, sino, simplemente, ético. Es además, una cultura manipuladora que solapa y oculta el conocimiento y la verdad mediante la información amañada. Es, por último, una cultura sectaria que se confía a la tiranía de la corrección política, impidiendo la discusión crítica y profunda de lo principal, centrándose en lo accesorio a fin de no herir sensibilidades y desactivar sentimientos y hasta pensamientos. Con una cultura así no resulta extraño que las sociedades actuales no protejan ni favorezcan la vida, sino que, al contrario, justifican y toleran su desaparición. Desasisten a la familia, y, en cambio, priman a realidades que nada tienen que ver con la institución familiar. Gratifican al inepto y al liviano, marginando al sacrificado y al tenaz. Favorecen el éxito rápido y el triunfo fácil, olvidando la laboriosa trayectoria del voluntarioso y del constante. Aplauden lo obsceno y lo vulgar y arrinconan lo digno y lo noble.
Mal haríamos si una sociedad como la descrita y una cultura como la expuesta nos domesticase y nos convirtiera en una cofradía de ausentes. Antes, al contrario debemos mostrar nuestro coraje y nuestra fe, aun a sabiendas que ni vamos con la moda ni con el discurso cultural dominante. Debemos manifestar nuestra coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Exteriorizar nuestra admiración por las cosas verdaderas, bellas y buenas de la vida, así como nuestra emoción con las alegrías y los sufrimientos de los demás. En definitiva, en el mundo de hoy debemos saber renunciar a lo fácil, a lo zafio y a lo pasajero, y levantar la bandera de la esperanza. Esperanza que nace de la mirada al infinito y de la fidelidad a una palabra, a pesar de tanta hostilidad y tanto menosprecio.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 6 de febrero de 2022. https://www.elimparcial.es/noticia/235393/opinion/desiertos-de-hielo.html