En momentos como los actuales recordemos a Oriana Fallaci. Tras el atentado del terrorismo islámico contra las Torres Gemelas nos convocó en su libro La rabia y el orgullo a defender la civilización occidental contra el fanatismo fundamentalista. También nos alertó contra ese pacifismo blandengue de ciertos dirigentes europeos, que recostado en silencios y claudicaciones, tiende a excusar, cuando no justificar, el terror yihadista. Fallaci fue acusada de racista, xenófoba e incitadora al odio. Recibió amenazas de muerte. No se arredró, perseveró en su valentía y publicó otro libro, La fuerza de la razón, para denunciar la intolerante tiranía de la corrección política que aborta las libertades de pensamiento y de expresión.
La escritora responsabilizó a los políticos por no combatir la “espiral de silencio” y consiguiente “cancelación” perpetradas por los guardianes de lo políticamente correcto. Al, por entonces, presidente de la Comisión Europea, remitió una carta en la que sostenía: “Uno de los defectos que los caracterizan a ustedes, los políticos, es la presunción de que pueden engañar a la gente, tratarla como si fuera ciega o imbécil, obligarla a tragarse cualquier mentira, negar o ignorar las realidades más evidentes”. Ya sé lector que está pensando en Sánchez, pero en 2004, todavía no se conocían sus trolas y fechorías al ser un desconocido para el gran público.
Fallaci nos recuerda que el apaciguamiento y la mentira han sido y serán siempre los mayores enemigos de la libertad. Ante el ataque terrorista de Hamás, China, Rusia, Irán, Venezuela…, disfrazados de palomas de la paz, se han alineado contra la libertad y la democracia. La izquierda europea también. Su nefasto gen totalitario explica esa incurable alergia ante la verdad y la libertad. El progresismo, sugestionado por nuevos goebbles, cree ciegamente en su supremacismo moral. Con soberbia, pretende adoctrinarnos y acomplejarnos mediante su buenista perorata de “paz para Gaza”. En España conocemos bien esa mercancía de contrabando (Otegui, hombre de paz). Llevamos tiempo padeciendo esa miserable equidistancia con el terrorismo, el de ETA y el de Hamás.
En Madrid, durante una concentración izquierdista a favor de Palestina, resonó contra Israel aquél “algo habrá hecho” que los amigos del tiro en la nuca solían susurrar por las calles bañadas en sangre tras los atentados etarras. Bajo falso pacifismo, los congregantes profirieron gritos a favor de Hamás y acusaron a los judíos de genocidas. Nadie recordó a las víctimas israelíes. Ninguno reparó en que el verdadero enemigo de Palestina no es Israel, sino Hamás, Hezbolá, Irán y todos aquellos que persiguen destruir al Estado hebreo. Más indignante fue lo del secretario general del PCE, que no está seguro de que Hamás sea una banda terrorista. Es maldad, no ignorancia.
Thomas Paine dijo que quienes aspiran a gozar de los beneficios de la libertad deben soportar la fatiga de defenderla. Israel ha vencido en todas las guerras, pero nunca ha logrado la paz y la seguridad definitivas en su territorio. Continúa defendiéndose. También debemos continuar la defensa de la libertad, hoy amenazada por intransigencias religiosas e ideológicas blanqueadas por los paniaguados de la corrección política. Oriana Fallaci dixit.
Artículo publicado por Raúl Mayoral Benito en el diario digital El Imparcial el 15 de octubre de 2023. https://www.elimparcial.es/noticia/260135/opinion/israel-y-libertad.html